lunes, 24 de octubre de 2011

Una región anestesiada

Por Víctor Hugo Álvarez
La naturaleza nuevamente cumplió su ciclo anual, torrenciales lluvias se precipitaron desde principios de octubre sobre la Zona Sur del país y si no se hubiera producido la inmisericorde deforestación de esa región ni tampoco se hubiera permitido el crecimiento desordenado de sus poblaciones, ni el adormecimiento de su población, no estuviéramos lamentando tanta desgracia.
El desbordamiento del Río Choluteca y sus afluentes sobre las bajas tierras de Valle y Choluteca y las consecuentes inundaciones que se derivan al salir los ríos y quebradas de sus cauces, son hechos  recurrentes. Año tras año la misma situación, la misma emergencia, el mismo huir de la población en busca de lugares seguros y, lo que es peor,  la misma desidia de los gobierno locales y el  gobierno central. Más parece esto una crónica de una inundación anunciada.
Desde principios del decenio de los años setentas del siglo pasado, los sureños acarician un sueño que  en pleno Siglo XXI aún no tiene asomos de convertirse en realidad. Ese `pueblo anhela la construcción de una represa de usos múltiples que se erigiría pocos kilómetros aguas abajo del paso del Río Choluteca por el Municipio de Morolica.
Este anhelo fue tema de la campaña de los candidatos a diputados por Valle y Choluteca en las pasadas elecciones, pero igual que en legislaturas anteriores el proyecto duerme el sueño de los justos. Sólo se despereza en septiembre y octubre cuando la población esta con el agua al cuello.
Esa ineptitud y desidia parecen calculadas, porque cada vez que se presenta la emergencia  los políticos locales y los precandidatos a puestos de elección popular lustran su sonrisa, almidonan su ceño para ver que se vean más profundos los surcos naturales de sus frentes y mustios y contritos acuden en caravanas a brindar “ayuda” a los damnificados. Por supuesto llevan un séquito de “hacedores de imagen”, cámaras por doquier y una nube de micrófonos esta presente para tomar sus declaraciones de solidaridad con los afectados.
Nada más falso y repugnante que esa actitud. Es como vivir de la desgracia de los pueblos del Sur y, al mismo tiempo por omisión, pensamiento o cálculo, olvidarse de las verdaderas causas de la tragedia anual. Las riadas destruyen la infraestructura, los puentes cuyas aproximaciones parecen pegadas con saliva como el de La Costa de los Amates que se derrumbó al menor amago de una crecida. Se lleva consigo los cultivos que alimentan la agroindustria, los de granos básicos, hatos ganaderos y  lo más lamentable preciosas vidas humanas.
Si hubiera una atentica disposición de resolver el problema, debería, en primer lugar, de aprobarse la construcción de la anhela represa. Se diseñarían y ejecutarían planes de educación ambiental y participación ciudadana y se pensaría en grande cómo activar el potencial económico de una región por ahora postrada, deprimida y postergada.
No es con sonrisas fingidas para llevar agua a sus molinos como se solucionarán los problemas de la Zona Sur. Es encarándolos y eso lo ha demostrado la Iglesia Católica al trabajar y educar a las comunidades no sólo en proyectos de desarrollo local, sino en la solidaridad auténtica. Muestra de ello es la rápida respuesta que ha tenido Cáritas de Choluteca ante la emergencia.
Pero el problema es de tal magnitud que no debemos hacer caer la responsabilidad de solventar sobre una institución. Es tarea de todos, incluso del mismo pueblo de esa región que parece haberse amoldado a la cíclica tragedia y se echa a esperar la solidaridad en vez de organizarse y reclamar sus derechos. Las décadas de tradionalismo y caudillismo en Valle y Choluteca han actuado  como perfectos somníferos  en la población. Es hora de despertarse y actuar.