Por Víctor Hugo Álvarez
Es necesario hacer un alto, inhalar un respiro profundo buscando oxigenarnos, porque estamos hartos y perplejos de tanta deshumanización, de la hemorragia que a raudales recorre nuestras calles, nuestros caminos y veredas. Apabullados por una matanza que no cesa y por la inutilidad de quienes están llamados a esclarecer tanta muerte y taimadamente ignoran lo que pasa a su alrededor, calculando, siempre calculando, en una eterna operación de hilandería política.
El viento sopla y trae rachas de reminiscencias de un pasado cercano donde la gente no daba gritos de dolor ni se enjugaban lágrimas de consternación. Son recuerdos de una época de sonrisas, de anhelos infantiles cobijados en el calor del hogar, cerca del fogón de la abuela donde la familia se refugiaba del intenso frío que agobiaba la ciudad y se tejían las conversaciones en torno a las festividades navideñas.
En la víspera de las festividades de las ahumadas chimeneas, que sobresalían en los tejados, surgía un aroma a nacatamales, a sabrosas torrejas o a los platillos de la temporada. Eran tiempos de cohetillos, de rascaniguas. Los morteros y las varas eran exclusividad de los mayores, como casi exclusivo era de los infantes el uso de las llamadas luces de bengala, que las quemaban acompañados de sus padres, un tío o un mayor. Hoy escuchamos el tableteo de las ametralladoras o de las AK-47 u otras armas, no para celebrar sino para segar vidas.
En las plazas públicas se acomodaban los “vende árboles”. La oferta eran preciosas y frescas ramas de pino cortadas en el raleo de los bosques cercanos la ciudad o los “chiriviscos” o ramas secas que luego se pintaban de dorado o plateado para adornar las rusticas salas de las viviendas. Ahora las plazas públicas son centros de inseguridad, de asalto o extorción.
Las muchachas antes de pensar en el baile de la Noche Buena que se realizaba en una de las casas del vecindario, se ponían a tejer las cadenas de papel crepé verde y rojo con que se adornaría el árbol, que era colocado por los muchachos, mientras los pequeños limpiaban las figuritas de barro con las cuales se adornarían los nacimientos cuyo punto central eran las imágenes de María y José, la mula y el buey y, por supuesto, el Niño Jesús.
Aún me emociono con el canto del Gloria durante la “Misa del Gallo”, el sonar de las campanas, las voces del pueblo entonando el milenario mensaje de “Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”, mientras el humo de los cohetes satura el ambiente del templo y la gente se abraza precisamente deseándose paz. ¿Cómo íbamos a saber los niños de entonces que pasado el tiempo esa paz sería destruida por la violencia, por la falta de oportunidades, por la marginalidad y la desesperanza en que hoy esta sumida la población?
Luego la cena navideña con un calor familiar indescriptible, que trasciende el tiempo. Donde se solidificaban los valores de una sociedad que muchos pueden denominar costumbrista o tradicional, pero forjadora de valores sólidos, donde el respeto a los mayores, a la autoridad, a la vida eran sagrados. Porque la autoridad respetaba, era ejemplo de honradez y manejo limpio de la cosa pública. Hoy eso es nada más un agradable recuerdo.
Matar era signo de escándalo, de repudio público, de indignación colectiva. Todo lo contrario a ahora, que cuando el viento sopla trae aires de muerte, de inseguridad, de cinismo y complicidad por acción u omisión.
En Navidad renacían las esperanzas, se hacían viables los proyectos pero sobre todo se saboreaba la fiesta y se disfrutaba la tranquilidad. Se recordaba al Niño que hecho hombre fustigó la injusticia, predicó la fraternidad, anunció un Reino de Paz.
Que al inhalar los aires de las reminiscencias, seamos capaces de reflexionar y tomar decisiones para evitar más baños de sangre en Honduras y que en vez de las velas que circundan un ataúd o expanden las sombras donde una madre, una esposa, un hermano o un amigo llora en silencio a un ser querido cuya vida se la arrebataron quienes han hecho de la cultura de la muerte su bandera, esa luces agiganten nuestros sentimientos y valores por una Honduras diferente.
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