lunes, 26 de septiembre de 2011

Chantaje Comicial

Por: Víctor Hugo Álvarez
Tegucigalpa  celebra sus 433 años de existencia sumida en  el abandono crónico por la indiferencia de las autoridades edilicias que la gobiernan y acosada por múltiples problemas que no parecen tener solución.
Desde el decenio de los sesenta, esta metrópoli ha soportado una migración descontrolada del campo a la ciudad, pues muchos hondureños desde entonces y aún ahora, buscan en ella oportunidades que no encuentran en sus lugares de origen. Oportunidades que les niega el latifundio, la carencia de asistencia sanitaria y, sobre todo, de educación.
En cuatro décadas Tegucigalpa ha multiplicado su población ascendiendo ahora a más de un millón de habitantes y quienes migran se encuentran que sus ideales se estrellan contra la falta de panificación urbana, un sistema de acueductos y alcantarillados que colapsó y sin fuentes de empleo que garanticen al menos el sustento básico, peor aún sin agua, elemento vital.
Los migrantes han invadido las laderas que circundan la ciudad, otrora serranías pobladas de pinos y robles y otro tipo de especies latiofoliadas que hoy sólo se aprecian en fotografías antiguas. La deforestación ha sido salvaje con el consecuente efecto en las cuencas hidrográficas de donde se podría surtir de agua potable a la ciudad.
La polución es como el emblema de Tegucigalpa, el desorden marca el ritmo del quehacer de sus habitantes y ante esa cima de problemas las autoridades citadinas demuestran incapacidad de encontrar soluciones y han visto la Alcaldía como un trampolín desde donde se lanzan para saciar sus ambiciones presidenciales o de enriquecimiento en la tenebrosa alberca de la política vernácula.
Este cóctel de problemas cerca a Tegucigalpa como tenazas afiladas y asfixian a los habitantes con el agravante del incremento de la violencia, la pobreza, la mendicidad y la demencia. Hoy por hoy,  Tegucigalpa es el fiel reflejo de un país sin perspectivas, pese a los anhelos progresistas de sus habitantes.
Ejemplo claro de esa actitud son los mercados y el tráfico citadino. Al carecer de fuentes de empleo se empodera de los capitalinos la economía informal.  Es una buena muestra de laboriosidad,  pero ese propósito se ha tergiversado en los últimos años y entre los mercaderes ha nacido una “argolla”, una especie de Corte de los Milagros como la describe el escritor francés Víctor Hugo en su novela La Catedral de Notre Dame
No pueden negar los ediles que negocian con los líderes de esa “mafia” y se ajustan a sus caprichos a cambio de una promesa: que los apoyen en sus aspiraciones políticas en cada contienda electoral.
Tampoco pueden palidecer el hecho que  un grupito de mercaderes se han erigido  como dueños de los mercados. Ellos acaparan y manipulan  la entrega de los puestos de ventas y por los que poseen pagan una pírrica suma en impuestos. No todos los mercaderes  están involucrados en este “juego sucio”; pero los alcaldes saben que el juego del chantaje comicial les ha dado excelentes resultados.
La ciudad es manejada además por otros grupos como los dueños del transporte urbano, causantes del caos vehicular y, mucho más allá, por inescrupulosos líderes comunales que a diestra y siniestra manipulan la venta de lotes para la construcción de viviendas. La Ley de Ordenamiento Territorial es papel mojado para ellos, todo esto sucede por la abulia de las autoridades citadinas.
Tegucigalpa y Comayagüela, que juntas forman la capital de Honduras, necesitan autoridades más definidas, más entregadas, más dispuestas a trabajar por la ciudad y no para servirse de ella y saciar sus pinches aspiraciones.
 Seguir tapando baches y poniendo techos no es la solución. Es necesario elaborar un plan de desarrollo integral de la ciudad en cuya confección participen todos los sectores que integran la comunidad  capitalina, pero algo debe quedar sumamente claro;  que nunca más el chantaje comicial que ejercen vendedores, transportistas, constructores y líderes de patronatos no sea la norma que guíe a los ejecutores de ese anhelo.

domingo, 11 de septiembre de 2011

El DURADERO IMPACTO DE LOS ATAQUES DEL 9/11

Lisa Kubiske
Embajadora de los Estados Unidos de América
 
Hace diez años, el 11 de septiembre de 2001, extremistas violentos mataron a casi  3,000 personas inocentes en una serie de ataques brutales en los Estados Unidos, incluyendo cuatro hondureños. Las vidas de familiares y amigos fueron alteradas irremediablemente ese día, y siguen luchando con el impacto de su pérdida.
 
Y esto cambió el mundo. En los Estados Unidos y alrededor del mundo, estábamos decididos  a superar  la amenaza y restaurar nuestro camino hacia una vida mejor. Estábamos decididos – y resistentes. Nuestro espíritu se mantuvo. Hemos mejorado la seguridad, hemos prevenido los ataques, y llegamos a comprender mejor la necesidad de abordar las condiciones que lleven a las personas a creer que no tienen otro recurso que el extremismo. 
 
Sin duda, el mundo ha cambiado,  pero muchos de esos cambios nos han llevado hacia las soluciones para luchar contra las organizaciones extremistas de todo tipo que tratan de hacer valer el poder mediante el uso de  asesinatos en masa. Este es el caso de los aliados  históricos de los Estados Unidos – quienes han construido redes de intercambio de información más solidas para la aplicación de la ley, entre otras medidas – y de las personas en países del  mundo Árabe que están abogando por un nuevo liderazgo democrático.   
 
En los últimos diez años, aquellos que han sufrido como consecuencia de los ataques terroristas se han unido para crear políticas que promuevan la cooperación en seguridad así como la transparencia fiscal. Como resultado, la capacidad de los grupos extremistas para financiar ataques se ha disminuido. Mejorar la comunicación entre los órganos de aplicación de la ley ha llevado a la prevención de ataques múltiples y a la captura de aquellos criminales que los han planificado.  También ha contribuido al desmantelamiento sistemático de las redes de extremistas como Al Qaeda. Hemos aprendido, una y otra vez, la importancia de la prevención de la violencia, en lugar de simplemente reaccionar a esta.
 
El mismo tipo de innovación y  resistencia se puede encontrar en el pueblo hondureño, que está siendo aterrorizado por grupos de delincuentes en sus propios pueblos y ciudades.
 
Los narcotraficantes y los grupos de maras que los apoyan son apenas diferentes de los  grupos terroristas como al-Qaeda. Ellos lanzan ataques salvajes a las personas para intimidar comunidades enteras e infundir temor en la población en general. 
 
Como resultado, los hondureños se sienten menos seguros y  sufren las consecuencias económicas de la inseguridad.
 
 Pero incluso en mi corto tiempo aquí, está claro para mí que los hondureños están luchando – luchando con pasos hacia un gobierno más transparente, hacia la investigación y el procesamiento de casos penales, y hacia la creación de empleos y oportunidades para más y más hondureños. He visto que los hondureños resisten también, y claramente ven el camino a seguir.
 
El Congreso Nacional de Honduras en diciembre del año pasado tomó la importante decisión de aprobar la Ley Contra el Financiamiento del Terrorismo.
 
La nueva ley permite una mejor investigación de lavado de dinero y financiación del terrorismo, requiere la cooperación internacional en la incautación de  activos de  los grupos terroristas, obliga a la captura de cualquier persona sospechosa de financiar el terrorismo en cualquier país, y da a Honduras jurisdicción sobre los delitos de financiación del terrorismo, incluso si los actos de terrorismo no fueron planificados  para el territorio hondureño.
 
Esta legislación no sólo ayuda a la comunidad internacional en la prevención de actos violentos en el extranjero, ésta dañará los grupos del narcotráfico que se basan en delitos como el lavado de dinero para apoyar sus actividades mortales.
 
Los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 enseñó a los Estados Unidos y nuestros amigos en todo el mundo que todos estamos juntos en esta lucha.  Mientras  lloramos a aquellos que hemos perdido por  la violencia, y honramos a aquellos que sirven a sus países y comunidades, reconocemos que los hondureños y estadounidenses tienen una meta en común: Deseamos vivir una vida plena de oportunidades y libre de temor. Aunque hay mucho trabajo por hacer, podemos decir con orgullo que ya estamos en el camino hacia el logro de nuestro objetivo.