Por: Víctor Hugo Álvarez
Tegucigalpa celebra sus 433 años de existencia sumida en el abandono crónico por la indiferencia de las autoridades edilicias que la gobiernan y acosada por múltiples problemas que no parecen tener solución.
Desde el decenio de los sesenta, esta metrópoli ha soportado una migración descontrolada del campo a la ciudad, pues muchos hondureños desde entonces y aún ahora, buscan en ella oportunidades que no encuentran en sus lugares de origen. Oportunidades que les niega el latifundio, la carencia de asistencia sanitaria y, sobre todo, de educación.
En cuatro décadas Tegucigalpa ha multiplicado su población ascendiendo ahora a más de un millón de habitantes y quienes migran se encuentran que sus ideales se estrellan contra la falta de panificación urbana, un sistema de acueductos y alcantarillados que colapsó y sin fuentes de empleo que garanticen al menos el sustento básico, peor aún sin agua, elemento vital.
Los migrantes han invadido las laderas que circundan la ciudad, otrora serranías pobladas de pinos y robles y otro tipo de especies latiofoliadas que hoy sólo se aprecian en fotografías antiguas. La deforestación ha sido salvaje con el consecuente efecto en las cuencas hidrográficas de donde se podría surtir de agua potable a la ciudad.
La polución es como el emblema de Tegucigalpa, el desorden marca el ritmo del quehacer de sus habitantes y ante esa cima de problemas las autoridades citadinas demuestran incapacidad de encontrar soluciones y han visto la Alcaldía como un trampolín desde donde se lanzan para saciar sus ambiciones presidenciales o de enriquecimiento en la tenebrosa alberca de la política vernácula.
Este cóctel de problemas cerca a Tegucigalpa como tenazas afiladas y asfixian a los habitantes con el agravante del incremento de la violencia, la pobreza, la mendicidad y la demencia. Hoy por hoy, Tegucigalpa es el fiel reflejo de un país sin perspectivas, pese a los anhelos progresistas de sus habitantes.
Ejemplo claro de esa actitud son los mercados y el tráfico citadino. Al carecer de fuentes de empleo se empodera de los capitalinos la economía informal. Es una buena muestra de laboriosidad, pero ese propósito se ha tergiversado en los últimos años y entre los mercaderes ha nacido una “argolla”, una especie de Corte de los Milagros como la describe el escritor francés Víctor Hugo en su novela La Catedral de Notre Dame
No pueden negar los ediles que negocian con los líderes de esa “mafia” y se ajustan a sus caprichos a cambio de una promesa: que los apoyen en sus aspiraciones políticas en cada contienda electoral.
Tampoco pueden palidecer el hecho que un grupito de mercaderes se han erigido como dueños de los mercados. Ellos acaparan y manipulan la entrega de los puestos de ventas y por los que poseen pagan una pírrica suma en impuestos. No todos los mercaderes están involucrados en este “juego sucio”; pero los alcaldes saben que el juego del chantaje comicial les ha dado excelentes resultados.
La ciudad es manejada además por otros grupos como los dueños del transporte urbano, causantes del caos vehicular y, mucho más allá, por inescrupulosos líderes comunales que a diestra y siniestra manipulan la venta de lotes para la construcción de viviendas. La Ley de Ordenamiento Territorial es papel mojado para ellos, todo esto sucede por la abulia de las autoridades citadinas.
Tegucigalpa y Comayagüela, que juntas forman la capital de Honduras, necesitan autoridades más definidas, más entregadas, más dispuestas a trabajar por la ciudad y no para servirse de ella y saciar sus pinches aspiraciones.
Seguir tapando baches y poniendo techos no es la solución. Es necesario elaborar un plan de desarrollo integral de la ciudad en cuya confección participen todos los sectores que integran la comunidad capitalina, pero algo debe quedar sumamente claro; que nunca más el chantaje comicial que ejercen vendedores, transportistas, constructores y líderes de patronatos no sea la norma que guíe a los ejecutores de ese anhelo.
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