Por: Víctor Hugo Álvarez
Un buen amigo sostiene que la sabiduría de los hondureños es amplia y que en breves palabras, con gestos y a veces con pujidos expresamos nuestros acuerdos o desacuerdos con una situación dada.
Confirmé esa aseveración con las conflagraciones ocurridas tanto en la Granja Penal de Comayagua como en los mercados de Comayagüela y toda la avalancha de reacciones que levantaron ambos sucesos dolorosos entre las autoridades del gobierno, diputados, alcaldes, gobernadores y policías.
También, ante el actuar de los “orientadores de la opinión pública” que les encanta hacer panegíricos en sus programas tanto de radio como televisión. Unos para “defender” las atrocidades y el incumplimiento de los tratados internacionales firmados por Honduras sobre el asunto penitenciario y los otros para “informar y orientar” haciendo gala macabra de sensacionalismo y amarillismo, dejando de lado el verdadero drama; la flagrante violación a los derechos humanos y lo más importante la indiferencia ante el valor de la vida.
Vimos en estos días en Honduras danzar sobre una delgada cuerda los principios de la ética periodística y avasallar el dolor de los familiares y la dignidad de las víctimas del incendio en la Granja Penal de Comayagua, todo a cambio de vender más ejemplares o captar más oyentes o telespectadores.
Pero el pueblo sabe discernir y los comentarios son variados sobre esas actitudes. Lo más curioso es que cuando se leen, escuchan o se ven las informaciones la más común de las expresiones es un leve sonido gutural por medio del cual la gente expresa su insatisfacción e incredulidad. Veamos:
¿Se tomaron en cuenta las normas éticas en los medios de comunicación al consignar las informaciones mostrando cadáveres calcinados: ¡mmm...!
¿Es cierto lo que dijo el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Jorge Alberto Rivera Avilez, que no era alta la mora judicial en el presidio de Comayagua: ¡mmm…!
Que no hubo disparos durante el incendio que dejó 361 privados de libertad calcinados: ¡mmm…!
Que el incendio comenzó con una “llama abierta” que quemó un colchón o un descuidado recluso botó el cigarrillo que fumaba sobre la litera donde dormía: ¡mmm…!
Que los reos no pudieron apagar el colchón encendido, porque se asustaron y el fuego alcanzó las dimensiones que ya conocemos: ¡mmm…!
Los celadores no pudieron abrir los portones a tiempo para que los bomberos realizaran su noble labor, porque se temía un motín: ¡mmm…!
Que un chimbo de gas ocasionó el incendio del mercado: ¡mmm…!
Que la imagen de Honduras no salió deteriorada porque los investigadores norteamericanos presentaron su informe señalando que el incendio de Comayagua no fue intencional: ¡mm…!
Que los mejor es reconstruir los mercados en la misma zona, porque así lo piden los vendedores: ¡mmm…!
Más allá de las simples expresiones populares hay un sentimiento de desconfianza o incredulidad generalizada sobre las acciones que se realizan para esclarecer estos sucesos y otros que se suscitaron con anterioridad.
Lo grave es que el pueblo no creen en las instituciones, no porque haya una desconfianza permanente en el sistema más allá de lo normal, sino porque quienes han tenido en sus manos el poder han alimentado esa desconfianza al permitir y ocultar la corrupción, al negar la realidad y al tirar un velo permanente sobre la violación de los derechos humanos en el país y los graves problemas que aquejan a la población sumida hoy como nunca en la extrema pobreza.
El timbre de esa inconformidad y desconfianza comenzó a sonar hace ratos y se viene reflejando en el creciente abstencionismo en los procesos electorales. Sin embargo, esa alarma ha pasado desapercibida entre la casta nepótica de los partidos políticos tradicionales y en quienes impulsan un modelo de democracia formal y no real.
Esa desconfianza se ha agrandado y hoy impera en todos los sectores de la sociedad hondureña, para el caso, los pastores del catolicismo hondureño, en un reciente comunicado han expresado su inconformidad con las investigaciones que se han realizado sobre el incendio en la Granja Penal de Comayagua cuando afirman: “Pedimos a las autoridades correspondientes una completa investigación de los hechos”.
¿Habrá o no a fondo una auténtica investigación sobre los diversos casos de corrupción en la instituciones nacionales o sobre las masacres de los centros penales o sobre la violación permanente de los derechos humanos?
En Honduras es impredecible adelantar una respuesta concreta, pero si se puede expresar un dubitativo: ¡mmm!
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