Por Víctor Hugo Álvarez
Es necesario dirigir la mirada hacia otros temas nacionales
tras permanecer inmersos en el enrarecido ambiente que dejaron los
comicios primarios e internos del pasado 18 de noviembre. Tras ese proceso nuevamente
se ha desnudado lo truculentos que son los llamados líderes de los partidos
tradicionales y lo sin escrúpulo de su actuar a la hora de retener sus cuotas de poder,
haciendo a un lado las aspiraciones populares por una democracia real.
Hay acontecimientos o conmemoraciones que anualmente se
suscitan y que pasan desapercibidas, quizás porque muchos lo toman como parte de la
cotidianeidad o sencillamente se excluyen de esos sucesos digamos cíclicos.
Uno de ellos es la celebración de Comayagüela, una ciudad de
empuje, de hecho un centro de las micros y medianas empresas y del comercio,
pero un emporio sumido en el abandono
por causa de las autoridades que rigen el municipio del Distrito
Central.
Hablar de la denominada “ciudad gemela” es poner sobre la
mesa una historia de constantes luchas de un pueblo por alcanzar un mejor
destino. Es, asimismo, hablar de sus hijos distinguidos como Juan Ramón Molina
o Luis Andrés Zúniga, y de otras
personalidades que han incursionado en la política, en las artes, el deporte,
el periodismo y la cultura en general.
Presbíteros de la talla de José Trinidad Reyes, Yanuario
Girón, fueron párrocos de la ciudad y obispos como Monseñor Virgilio López primer Obispo de Trujillo en la época
contemporánea, son el fiel reflejo del “noble pueblo de Comayagüela” como lo
llamó Marco Aurelio Soto al donar la estatua de La Libertad que se yergue precisamente en la plaza que lleva ese nombre.
Con una topografía menos irregular que la de su gemela
Tegucigalpa, Comayagüela fue poblada a
mediados del siglo XVI, por indígenas de origen lenca. El 17 de noviembre de
1820 se instaló el ayuntamiento y, el 22 de agosto de 1849, recibe el título de Villa de Concepción. Cincuenta años después, el 10 de abril de 1897, se le confiere el título de ciudad.
Pero es a partir del 30 de enero de 1937, Comayagüela es adherida a la Alcaldía de
Tegucigalpa, perdiendo su autonomía como municipio. Craso error y miopía política
porque, desde entonces, comienza
el calvario que a diario viven sus habitantes.
La enorme migración del campo a la ciudad que se produjo en
Honduras entre los decenios de los años cincuenta y sesentas del pasado siglo, se asentó en Comayagüela. Carente la capital
de un plan urbanístico, esa población
migrante construyó sus viviendas en las faldas de los cerros que circundan la
ciudad.
Muy claramente se percibe la falta de visión de la planificación del desarrollo y la indolencia y
hoy, tanto Comayagüela como Tegucigalpa,
viven una continúas crisis de suministro de agua potable y dotación de
los servicios básicos a la población y un deterioro acelerado del medio
ambiente.
Pese a ello, el
empuje productivo y comercial que ha
representado Comayagüela continúa vigente. Tomamos de un diario capitalino las
informaciones básicas donde se percibe con claridad esa efervescencia
productiva.
“Los informes de los empresarios de la zona demuestran que
es en este espacio donde están registrados al menos 8,566 negocios y se generan
unos 60 mil empleos directos. Además de los empleos formales, las asociaciones
de vendedores indican que en el área de los mercados hay de 10 mil a 15 mil
personas subempleadas. El funcionamiento de ocho de los doce mercados
considerados los más grandes del Distrito Central, hacen de la ciudad gemela el soporte económico
de la capital”.
Luego continúan las cifras: “A diario, Comayagüela mueve de
50 a 60 millones de lempiras en las temporadas altas como Navidad y Semana
Santa, contra 20 millones en tiempo normal. El comercio y la construcción de
centros comerciales son una prueba de ello. Sin embargo, a la cenicienta del
Distrito Central, este camino le ha tocado sortearlo sola. Pese a todos estos
números que reflejan resultados positivos para la economía del país,
Comayagüela es una de las zonas caracterizada por el descuido, el desorden y la
anarquía”. Hasta aquí la cita.
Cabe destacar que las
principales salidas por carretera a los diferentes puntos cardinales del país y
el aeropuerto internacional, están en esa ciudad. Sin embargo, la localidad no refleja el producto de esa laboriosidad y
la eficiencia en el pago de los tributos, pues luce abandonada, relegada
permanentemente al olvido.
El caos vial es un constante dolor de cabeza para sus
habitantes, no sólo por la cantidad de vehículos que se desplazan por sus
calles y avenidas, sino por el deterioro de las mismas.
Los mercados son el fiel reflejo de esa falta de
planificación, pero si son una buena fuente de votos para los interesados en
cargos de elección popular. Los anillos de miseria circundan la ciudad y un
estigma pesa sobre ella, pues en esas comunidades es donde se dan hechos violentos y hay presencia de las
maras.
Más se conoce a Comayagüela por ese estigma y la gente
pronuncia con temor el nombre de la ciudad. Pero no es justo ni digno aplicarle
ese apelativo a una urbe cuyos habitantes son laboriosos y desean sacarla
adelante.
Por ello, es imperativo que los empresarios, las
organizaciones sociales de la ciudad
gemela y la Iglesia, cuya labor entre los más pobres de la localidad es
innegable, se unifiquen y junto a las
autoridades se conjunten criterios y objetivos para sacarla de la postración
que hoy se encuentra.
Ante tanta carencia, no debe descartarse la idea de
devolverle a ese noble pueblo su categoría de municipio.
Comayagüela celebra
en esta época decembrina a su patrona la
Inmaculada Concepción, y clama a ella para que
el anhelado desarrollo citadino y una mejor calidad de vida para sus
pobladores, pronto, lo más pronto posible, se haga realidad.
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