domingo, 10 de marzo de 2013

La Nave de Pedro


Por Víctor Hugo Álvarez
Los acontecimientos que se ha suscitado en el seno de la Iglesia Católica en el primer decenio del nuevo milenio han sido acelerados. Casi incomprensibles para una institución que ha trascendido 21 siglos en el actuar de la humanidad y ahora parece replantearse muchos aspectos a los que ha estado aferrada.
Comenzando la segunda década del año 2000, el número  de católicos se estima  en 1, 165, 714,000 es decir el 33 por ciento de los 6, 698, 353,000 habitantes del planeta. En cifras más sencillas, una de cada seis personas ha sido bautizada en la Iglesia Católica. El mayor número de los católicos está en América.
Después del 11 de febrero pasado ese grueso poblacional se encuentra ante el insólito hecho de contar ahora con dos Papas; uno emérito, algo no visto antes,  y otro que está por estrenarse. Ese es el primer momento de la realidad.
Buscar las razones que llevaron a Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, a renunciar es por ahora prematuro aunque esa acción provocó una marejada de especulaciones, unas con dosis de fundamento y otras sencillamente descabelladas. No puede negar la Iglesia los casos de pedofilia que han sido denunciados y al tomar decisiones e investigar las denuncias, afirma la existencia de esos hechos.
Pero creo que hace falta una lectura más profunda sobre la renuncia  y ese es el segundo momento de la realidad  que estamos viviendo, pues la retirada de Benedicto XVI abre escenarios desconocidos hasta ahora en el caminar eclesial de los próximos años y el futuro cercano del papado, pues la Barca de Pedro navega por ahora en aguas borrascosas.
La máxima jerarquía eclesiástica se sorprendió ante la avalancha de denuncias que circularon como relámpagos por las redes sociales. Se dio cuenta que había que considerar ese nuevo modelo de comunicación rápida y muy personal en donde la humanidad interactúa y se vio sola, aislada, enfrentada a sí misma y con reducidos espacios para responder con la celeridad que se necesita.
Eso debilitó el actuar de la institución y avivó corrientes que permanecían soterradas en su propio seno, pues muchos sacerdotes, obispos y cardenales siempre señalaron con fuerza que se estaba produciendo una involución a los lineamientos emanados del Concilio Vaticano Segundo, cuyo máximo fruto fue poner el actuar eclesial a las exigencias del mundo moderno.
Nunca antes se había conocido de filtración de informaciones confidenciales del Vaticano a la opinión pública. No sólo sobre las finanzas de la Iglesia, sino sobre el actuar de la curia romana, el complicado estamento donde descansa el gobierno eclesial.
Un gobierno que es eurocéntrico, que no ha logrado comprender que más allá de los Balcanes, el Mediterráneo y el Atlántico Norte hay otras maneras de vivir la eclesialidad, de encarnar el evangelio en otras culturas. Que hay pueblos sumidos en la pobreza y en la falta de oportunidades y el hambre socava la realización de la vida.
Por ello  los grandes desafíos del nuevo pastor universal del catolicismo y este es el tercer momento,  están dentro de la institución misma que rectorará, pero además fuera de ella en una realidad mundial donde la pobreza es la inquilina permanente.
Tendrá que afrontar además, esa tendencia de la vieja Europa a derrumbar los valores que han sido tradicionales en el antiguo continente y que impulsaron el desarrollo de la cultura, las artes y las ciencias y a encarar con estoicismo una declinación del cristianismo y el avance de una sociedad consumista y proclive al confort, rodeada de una humanidad que migra en busca de mejores oportunidades.
Al nuevo Papa lo conoceremos esta semana y sabremos entonces si en las reuniones previas al cónclave, la jerarquía eclesial sopesó la realidad de la institución y decidió enfrentar los retos. Por supuesto que en esa tarea el fundador de la Iglesia nos los dejará solos.

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