Por Víctor Hugo Álvarez
La decisión del presidente Porfirio Lobo de no sancionar la ley de Promoción del
Desarrollo y Reconversión de la Deuda Pública, también llamada “Ley
hipoteca”, es una clara señal que la
aprobación de esa legislación no contó con el respaldo de todos los diputados y
mucho menos con el apoyo de las organizaciones del país y del pueblo hondureño
en general.
Aunque muchos
sectores han visto como loable la acción del
presidente Porfirio Lobo, esa actitud deja un sabor agridulce entre el
pueblo hondureño porque el fundamento de su decisión para
no sancionar la ley es muy
subjetivo y resalta que los intereses del pueblo quedaron soterrados.
El mandatario arguyó
que no sancionaría la denominada
Ley hipoteca, para no afectar la campaña del candidato de su partido y no
precisamente porque con esa legislación se dejaban al vaivén de los mejores postores los invaluables
recursos del país que son patrimonio único del pueblo hondureño.
El argumento para la formulación, discusión y aprobación de esa
ley fue que mediante esta iniciativa se
podrían ofrecer a inversionistas recursos ociosos en materia de energía,
telecomunicaciones y recursos naturales, entre otros, para hacerle frente a los
compromisos que representa el pago de la deuda interna, la cual se estima en
unos 60 mil millones de lempiras, de
acuerdo a informes oficiales de la
Secretaría de Finanzas.
Es obvio entonces que los esfuerzos gubernamentales de
paliar esa deuda con los llamados Bonos Soberanos tampoco dieron resultado,
pues la banca nacional se negó a aceptarlos y hubo alharaca sobre posible
colocación de los mismos en el mercado internacional, pero hasta ahí. Todo fue
una nube viajera.
Sobre la ley de Promoción del Desarrollo y Reconversión de
la Deuda Pública, las cosas aparecen
ahora como un acto juzgado en donde don Pepe Lobo, no hará nada más y la
legislación dormirá unos meses para,
supuestamente, ser retomada por
el próximo gobierno. Lobo sentenció que los nuevos inquilinos de la Casa Presidencial a partir de enero de
2014, no podrán obviar el tema y tendrán que sancionarla.
Dos cosas se desprenden de la decisión presidencial, una que
ya no es posible asumir en Honduras las cosas a la carrera y sin meditar sus
consecuencias, como ha sido costumbre entre quienes detentan el poder.
Esto obliga a los congresistas a ser más serios y
responsables a la hora de los análisis para emitir una legislación que pone en
riesgo los valores patrimoniales y el interés del pueblo y no actuar
sectariamente a favor de intereses partidistas.
La otra es que el pueblo hondureño ya no es el mismo, que
ahora analiza y piensa y que rechaza con su voluntad soberana los intereses de
los poderes ocultos que se mueven en esas aprobaciones relámpagos a que ha
estado acostumbrado el Congreso Nacional o el Poder Ejecutivo.
Aunque esto no parece importarle a los congresistas hay que
remarcarlo: es necesario un cambio de
actitud, es necesario que actúen con responsabilidad y que al menos la
mayoría de diputados conozcan bien lo que están aprobando.
Ellos dan la impresión de no aprender la lección y
repitieron sus desaciertos parlamentarios con la legislación que crea la policía
militar. Faltó un profundo análisis, el
consenso brilló por su ausencia y no
quedó muy claro si el Congreso, con la
participación de los milicos como policía
busca fortalecer el poder castrense en la vida de la nación, o agrandar
la militarización del estado.
El objetivo de garantizarle a la ciudadanía la seguridad,
los bienes y la vida de cada hondureño fue el
menos destacado en la discusión y aprobación de esa ley. Y por el mismo
camino va la vertiginosa carrera que se ha emprendido para la elección del
Fiscal General y el Adjunto
El pueblo está atento a todo este actuar legislativo, pues lo
que está en juego es garantizar la
seguridad de los ciudadanos. Es necesario
devolverle a los habitantes de este país la paz perdida y disipar la zozobra en
que a diario vivimos donde la vida de cada uno pende de un hilo y eso no es
poca cosa.
Por ello, cada paso que se de en materia legislativa
debe proceder de un análisis profundo
que arroje como resultados concretas y
efectivas medidas que fortifiquen el clima de paz y justicia que anhela la
población. No hay que seguir tropezando y continuar sobreponiendo los intereses
partidistas o particulares sobre los colectivos.
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