En la
historia hondureña de los últimos cien años, donde se han alternado el poder
los partidos tradicionales, Liberal y Nacional, con las correspondientes
irrupciones de los militares, no hay
indicios de una oposición real. Más han prevalecido las componendas y los
arreglos soterrados y eso ha hecho que la democracia hondureña sea pálida y
desnutrida.
Ninguno de
los dos partidos que han dominado el escenario político hondureño se ha
preocupado por solventar los grandes problemas nacionales que se han acumulado
de tal manera que la deuda social se refleja en la pauperización del pueblo, la
falta de oportunidades y el alto índice de desempleo.
La
inequidad es tal, que fomenta la migración masiva de jóvenes hacia los Estados
Unidos y Europa y vaya paradoja, las remesas que ellos envían son consideradas como un reglón preponderante
dentro del Producto Interno Bruto y la captación de divisas. Eso alegra a los
políticos pues solventa problemas que
ellos no han podido resolver debido a la indiferencia demostrada hacia la búsqueda de soluciones
sostenibles a los problemas más ingentes de la población. Es una solución muy a
la hondureña, dejar que otros hagan lo que a mí me corresponde hacer y estamos
en paz y felices.
Salvo
escasas excepciones no ha habido planteamientos serios y ejecutables para
llevar a la población a mejor estadios de calidad de vida y les ha incomodado
el fortalecimiento de la sociedad civil que ha asumido un papel no sólo
opositor, sino clarificador y propositivo en la búsqueda de senderos que nos
lleven al ansiado desarrollo nacional, la participación ciudadana como base de
una democracia real y a encontrar las medidas que puedan frenar la
corrupción, combatir el crimen
organizado, la impunidad y acabar con la
ola de violencia que nos azota.
Ese actuar
de la sociedad civil organizada, no es bien vista por los políticos que
mangonean los partidos tradicionales, hace nacer entre ellos el terrorífico fantasma del desplazamiento
de sus posiciones.
Negar rotundamente
que se han producido intentos de
oposición no es lo correcto, pero si se puede comprobar que no se ha logrado
conformar una auténtica fuerza que, sobre todo en el Congreso, pueda frenar los
abusos del poder y encausar propuestas para el bienestar ciudadano.
Los partidos llamados emergentes que fueron
surgiendo tras el retorno al proceso democrático en Honduras no pudieron lograr
ese objetivo, pues nunca tuvieron el caudal real de la población para asumir una auténtica oposición ni
condiciones objetivas para alcanzar el
poder. Terminaron plegándose al juego de los partidos tradicionales y fueron
arrinconados a negociaciones condicionadas y brindar “apoyos” estratégicos para
lograr subsistir. Se convirtieron en lo que el pueblo dice: “partidos bisagras”.
Tras las
lecciones del pasado noviembre el pueblo dejó muy claramente marcada su intención al
romper el bipartidismo cuyos efectos se perfilan con mayor nitidez en el
parlamento hondureño.
La
composición de los miembros de este poder del estado, denota claramente un
nuevo equilibrio de fuerzas. Los partidos tradicionales han perdido el control
absoluto en la cámara legislativa y ya no existen las mayoría simples de un
partido sobre el otro, como se ha acostumbrado en los últimos cien años.
Ninguno de
los partidos tradicionales alcanzó el número suficiente de diputados para poder
dominar el Congreso y le dio suficiente
preponderancia a los nóveles
instituciones Libertad y Refundación y el Partido Anticorrupción para poder
hacer una oposición real.
En esas
circunstancias, Honduras está las puertas de ver el nacimiento de una auténtica
oposición que torne más real la
democracia, que haga viable la teoría de
pesos y contrapesos y, sobre todo,
pueda enfocar el quehacer político en lo que el pueblo necesita y no lo
que los grupos de poder imponen.
Lo
comenzamos a ver esta semana, los cabildeos han sido intensos por conformar la
directiva del Congreso Nacional pero sublimando la figura del presidente de ese
poder del Estado. El Partido Nacional se aferra a retener la presidencia del
Poder Legislativo, para estar en consonancia con el presidente del Ejecutivo y permitirle seguir
gobernando como lo ha hecho en los
últimos cuatro años. Ese anhelo no le
hace bien al presidente que tomará posesión el 27 de este mes pues su actuar
refleja indicios dictatoriales.
El
debilitado Partido Liberal busca no perder preponderancia y sabe que si no se
toma de las manos con los nacionalistas, sus amigos de siempre y enemigos
casuales, corre el riesgo de seguir perdiendo presencia dentro del conglomerado
nacional y esperar oposición de los liberales hacia el gobierno nacionalista,
es creer que la luna es de queso. No lo ha hecho, no es parte de su actuar, no
tiene tradición opositora y la memoria histórica no registra acciones de esa
naturaleza.
Por ello, tanto
el Pac como Libre, tienen la oportunidad de demostrar su autonomía en la toma de
decisiones cuando sea la hora de concertar acuerdo con los partido tradicionales para integrar
la Junta Directiva del Congreso y las presidencias de las comisiones. De la
actitud que asuman ambos se podrá deducir si realmente serán oposición o se mediatizará su actuar
plegándose a los sobornos y privilegios al momento de defender posiciones y
perder identidad.
Ellos
tienen la oportunidad de demostrar que en Honduras ha nacido la oposición y
deben manifestar con sus acciones que
respetan el caudal de votos que el pueblo depositó para ellos y ambos en sus
propuestas de campaña juraron y retumbaron diciendo que lucharán por el
bienestar del pueblo hondureño. Les tomamos la palabra.
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