viernes, 29 de junio de 2012

Desmemoriados


Por Víctor Hugo Álvarez
Casi nadie recuerda, fuera de sus familiares y amigos, los trágicos sucesos que enlutaron a Honduras el 25 de junio de 1975, cuando se produjeron las masacres de Santa Clara y Los horcones en el vasto departamento de Olancho.
Ese fue un día convulsionado, pleno de incertidumbres e informaciones encontradas. Éramos apenas unos mozalbetes, pero participábamos de un grupo juvenil parroquial que, por su naturaleza,  nos aproximó bastante a los acontecimientos. Luego, con el transcurrir de los años pudimos comprender la dimensión de los mismos.
Para esa fecha la Asociación Nacional de Campesinos de Honduras, ANACH, y otras organizaciones  de labriegos habían convocado a una marcha nacional que culminaría en Tegucigalpa. El motivo; el mismo, el eterno problema de la tenencia de la tierra en Honduras, cuya inequidad aún sorprende a las actuales generaciones. No es posible que apenas un mínimo porcentaje de la población sea dueño de las tierras aptas para el cultivo y el grueso poblacional carezca de ellas.
Se había producido el Decreto Número 8 emitido por el gobierno de facto de Oswaldo López Arellano, pero la oposición al mismo de parte de los terratenientes fue ruda y sangrienta. La Reforma Agraria  fue el “quehacer fundamental” de ese gobierno de facto, pero la oposición fue la misma que hoy, con los mismos argumentos de ahora y por lo que se ve, serán los mismos argumentos de siempre, porque quizás nada se puede esperar de quienes gozan el privilegio de contar con  muchas hectáreas, aunque estén incultas y mucho menos de un pueblo que padece de amnesia crónica.
Esa ley “ahuyentaba la inversión en el campo”. “Provocó el surgimiento de grupos guerrilleros en Olancho que buscaban desestabilizar el país”. “Los campesinos eran utilizados y domesticados por ideologías extrañas”. En fin,  se tejió toda una maraña de falsedades ideologizadas como paso previo para la gran acción.
Una de los sectores más atacados fue la Iglesia Católica en Olancho, precisamente el departamento más codiciado para el acaparamiento de tierras, por lo ubérrimo de las mismas. Lo intentos por desestabilizar la Pastoral Social, organizada con visión de futuro  por el Obispo Nicolás D´ Antonio, su clero y laicos comprometidos fueron creciendo gradualmente hasta llegar a la agresión y a la total intolerancia. Las amenazas de muerte y la persecución a los miembros del claro y laicos  no se hicieron esperar y las acciones irracionales llegaron al colmo de sitiar con los tractores la Casa Episcopal de Juticalpa.
El escenario estaba montado, entre las víctimas había un sacerdote franciscano de origen colombiano en la mira de los terratenientes y de los cuerpos de seguridad. Se llamaba Iván Betancourt. Joven, entusiasta, pleno de la espiritualidad y de los lineamientos surgidos de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano reunido en Medellín en 1968 y abierto a la comunidad, como lo solicitó el Concilio Vaticano II.
Era un cura comprometido con su pueblo, pero para quienes dicen ser del pueblo pero no lo son, era un subversivo, un comunista, un aliado de la Democracia Cristiana, que estaba en pañales en Honduras y un seguidor de Marx, del Che Guevara, de todos lo teóricos del marxismo, menos de Cristo y el humilde Francisco de Asís. ¿No les parece como que esa película se ha repetido infinidad de veces en el país sólo que con distintos actores?
Llegó el día 25 de julio, la matanza se dio, cayeron 14 hondureños entre ellos Iván Betancourt, y sus cuerpos fueron tirados al fondo de un pozo malacate cuyo brocal sellaron para no dejar evidencia alguna. De ese hecho sólo existen datos en la prensa nacional y un testimonio valioso escrito por la hermana María García, miembro del Equipo Pastoral de Olancho cuyo título es “Historia de una Iglesia que ha vivido su compromiso con los pobres”
Han transcurrido 37 años de aquél suceso, pero los familiares, amigos y la feligresía de Juticalpa no lo olvidan. Ellos han hecho realidad la máxima de justicia y perdón. No todos los participantes en la masacre fueron juzgados para pagar por su delito, pero aunque siguen en la impunidad el pueblo los ha perdonado, pero no ha olvidado sus fechorías porque la mano de la justicia no los tocó.
Sin saberlo, al  conmemorar año a año el aniversario de la masacre, los olanchanos están demostrando que es posible reconstruir  y conservar la Memoria Histórica, ese concepto tan novedoso que se ha dado en la historiografía, cuyas implicaciones política, sociales y culturales ayudan a una nación a conocer su pasado reciente y a comprender y enfrentar con valentía los retos del presente.
El escritor José Mª Pedreño  señala  al respecto que la frase que pretende resumir todo el contenido y el concepto de Memoria Histórica  manifiesta que: “el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Sin embargo, añade, para que sepamos realmente lo que es la Memoria Histórica, deberíamos matizarla añadiendo que “el pueblo que no conoce su historia no comprende su presente y, por lo tanto, no lo domina, por lo que son otros los que lo hacen por él”.
Los olanchanos se niegan a que otros quieran borrar este hecho del pasado, porque la tenencia de la tierra sigue igual,  y por ello se manifiestan. El resto de los hondureños padecemos de amnesia histórica, olvidamos fácilmente los acontecimientos y las causas que marcan los hechos trascedentes que vivimos como nación. Por ello es que nos conoce como un pueblo de desmemoriados. Lo demás es fácil deducirlo.

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