lunes, 27 de agosto de 2012

¿Armisticio o rehabilitación?

Por Víctor Hugo Álvarez

En el panorama noticioso hondureño los hechos son muy cambiantes,  hay voracidad de información y una competencia descarnada en obtener las llamadas primicias y las noticias de hoy, por muy impactantes que sean, mañana se hunden en el olvido cuando sobre ellas caen toneladas de informaciones cotidianas, muchas veces sin relevancia y, la mayoría, para satisfacer la agenda oficial que imponen sutilmente  a los medios de comunicación  quienes dirigen los destinos del país.

Poco  tiempo y espacio queda para el análisis de los hechos y si hay alguno, es tan epidérmico que termina más bien enredando las cosas y generando prejuicios y sofismas que se alimentan de la superficialidad con que se abordan los temas nacionales.


Hace más de una década comenzó en el país el auge de las pandillas o maras que en su génesis parecían inofensivas y más producto de la imitación o la necesidad de los muchachos y muchachas de agruparse para llamar la atención de la sociedad,  por el abandono en que esta sumida la juventud hondureña desarrollándose ante un panorama muy estrecho que impide la búsqueda de mejores oportunidades para ese sector que representa, según estadísticas, más de la mitad de los  habitantes hondureños y un alto porcentaje de la Población Económicamente Activa.

Con el avance del tiempo,  las maras fueron ensanchándose y enrolándose en actos sangrientos, de extorsión, secuestro y ligándose al crimen organizado. La respuesta  ante esos hechos muchas veces fue el uso de la fuerza bruta, la persecución y la asfixia de esos grupos con la política de cero tolerancia. No hubo espacios para analizar las causas del fenómeno, mucho menos para comenzar una labor preventiva y no sólo combatir las consecuencias  de esa anomalía  social  que se desbordó como un alud sobre la ya golpeada población del país.

Sin embargo, a través de los años y ante el horror de las masacres habidas en los Centros Penales de San Pedro Sula, La Ceiba y el múltiple asesinato de Chamelecón; se ha alzado una voz que permanentemente  ha señalado  no sólo la necesidad de prevenir, sino de rehabilitar con proyectos concretos a esos jóvenes y,  más aún,  lograr su reinserción en la sociedad.

Esa voz es la del Obispo Auxiliar de San Pedro Sula, Monseñor Rómulo Emiliani Sánchez y un grupo de ciudadanos conscientes, que ven  a los mareros no como criminales o antisociales que amenazan la seguridad de la población, sino como seres humanos que han sido excluidos de todo hasta de la compasión colectiva.

Recientemente a instancias de la Iglesia Católica Salvadoreña, en ese país cuna de las maras Salvatrucha o MS y la denominada 18, se logró un pacto entre los miembros de esas pandillas y el Estado salvadoreño representado por la policía. Ellos depusieron las armas y buscan  la pacificación de la población. La Policía salvadoreña se torna no sólo garante de esa especie de armisticio,  sino que ejecutora del pacto que incluye garantías para la vida de los expandilleros.

Aquí en Honduras, al conocerse la noticia, se armó un alboroto  y los medios de comunicación dieron por hecho que se llegaría a firmar algo similar y situaron al Obispo Rómulo como mediador.  Algo así como que por ósmosis se daría una situación calcada, dejando de lado las particularidades de cada caso, como en la mayoría de las situaciones que se viven en el país, cuando se toman medidas a rajatablas, como para taparle el ojo al macho.

En declaraciones al Semanario Católico Fides, el Obispo sampedrano fue muy explícito del porqué ese  “armisticio” no es tan factible en Honduras cuando afirma sin tapujos: “Más trascendental que un acuerdo de alto al fuego, que es importante, es el de luchar por lograr la rehabilitación de estos jóvenes”.

Luego agrega: “Lo digo firmemente por mi experiencia en este campo: muchos jóvenes pandilleros quieren dejar esa vida. No quieren seguir matando, asaltando, viviendo en esa zozobra diaria en la que no saben si van a vivir un día más.  Escondiéndose, sin tener una relación permanente con su familia, sin poder atender bien a sus hijos, siendo vistos por una gran parte de la población hondureña como gente mala, despreciados por casi todos. La mayoría quiere una nueva oportunidad”.

Señala el obispo que hay vinculación estrecha entre  miembros de la maras y la policía, y con esta aseveración se agrava el problema, pues  los actos punibles ya no se generan  en un sólo grupo, sino entre sectores de la institución  obligada a velar por la seguridad de la ciudadanía.

Creemos que hay que escuchar la voz del Obispo sampedrano, oír su llamado a ir más allá de los efectos que se producen con  las acciones delictivas de los jóvenes empandillados, poque lo que esta en riesgo es la juventud hondureña, la seguridad  y el futuro del país.

Las acciones metastásicas que producen la indiferencia ante el problema,  corroen el tejido social y abortan los anhelos de una juventud ávida de mejores oportunidades y mucho más allá de eso, del respeto al invaluable como supremo valor de la vida.

Urge que todos los sectores se sienten a dialogar y buscar medidas concretas y factibles que se conviertan en política públicas para prevenir que más jóvenes acosados por la marginalidad y la exclusión miran las pandillas como solución a sus problemas y rehabilitar a aquellos que anhelan la misma seguridad para sus vidas que necesitamos todos.

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