Por Víctor Hugo Álvarez
No hay un instante en Honduras en que su
pueblo no pase sobresaltado provocando que
la ansiedad se ahonde cada segundo, pues las sorpresas no son portadoras de esperanza, mucho menos
de alegría, sino andanadas de nubarrones cada vez más densos que no sólo turban a la ciudadanía
sino que enturbian aún más el panorama nacional.
Viejas frases cargadas de ostracismo e
ideologías torvas se tornan cíclicamente novedosas y embelesan a los
comunicadores light y a una población cuyas carencias educativas y culturales no
tienen parangón. Un ejemplo claro de ello es el eterno problema de la tenencia
de la tierra en el país que induce a la lucha entre voraces
latifundistas , contra débiles y empobrecidos minifundistas más una gran cantidad de paupérrimos desposeídos de un lote donde
construir su vivienda o cultivar lo básico para su consumo.
“Alteradores del orden público” “Espantos que ahuyentan la inversión en el
agro”, “tontos útiles de ideologías y de políticos que quieren causar el
caos”…. En fin, campesinos poseídos por
demoníacas ideas y ambiciones surgidas del delirio ideológico y no precisamente apremiados por la desesperanza que produce el hambre y la extrema pobreza en que
desarrollan sus “vidas” y anhelantes de que se les haga justicia.
“Los campesinos son los causantes de la
intranquilidad en el país y hay que
contrarrestarlos”, lapidaria frase que
conlleva a que aquí es peligroso pensar e induce a dejar las cosas como están y no causar problemas caso típico: el Aguán. Hay gente que se cree
eso, así nomás, sin preocuparse por escuchar opiniones distintas o averiguar
algo sobre el problema agrario en Honduras.
Hay un
sinfín de comunicadores que repiten esas
versiones por ignorancia, por inducción o por coima y sin mayores indagaciones entonan cantos de sirenas que terminan
hipnotizando a la opinión pública, mientras el problema se agranda para los
terratenientes y para los desposeídos, como también crece la zozobra entre el
resto de la población. La solución…. La
misma: postergar, encubrir, sitiar, perseguir, matar.
Otro
desasosiego cotidiano es la comercialización de la muerte. Los medios de
comunicación, con sus excepciones, pareciera que gozaran dando a conocer con
lujo de detalles el recuento interminable de las vícctimas del baño de sangre
que cubre a Honduras. Para ellos y para quienes le ponen precio a la existencia
de cualquier hondureño, la vida ha
perdido su esencia invaluable. Matan niños, jóvenes, mujeres y ancianos y esa
danza macabra parece no tener fin. La parca ronda en cada esquina de los
barrios símbolos de la exclusión social y ante ello: nada. Y otra vez surcan
los espacios informativos las frases hechas “Andaban en malos pasos”, “fue un ajuste
de cuentas”,”son víctimas del narcomenudeo” blah… blah… blah y ¿la
investigación de estos crímenes? ¿Y la aplicación de la justicia? ¿Y el porqué ocurre esto? Son preguntas sin respuesta.
Se suma a ese espectáculo la exasperante danza
de los millones, que ahora circulan en lujosos autos por las carreteras y esos
capitales se han escapado del control de la Comisión de Banca y Seguros y hacen
ver inoperante el obeso sistema bancario nacional. La corrupción no tiene
límites y su reinado en Honduras es un acicate permanente en contra del pueblo
empobrecido cuya vida se debate entre la pobreza y la miseria extrema.
Hay en el país hambre de pan, frijoles y
tortillas, pero también la ciudadanía muere de inanición por la ausencia de
justicia, de seguridad y de la inocultable indolencia de las autoridades
frenéticamente orilladas ahora a una encarnizada lucha política por
retener el poder de la nación o por
reconquistarlo.
La inestabilidad en que nos encontramos tarde
o temprano pasará su factura. La juventud observa y vive en carne propia los
desafueros de la ingobernabilidad y la ausencia de auténticos planes de
desarrollo que puedan trazar senderos claros para el progreso del país. Porque,
los que dicen que existen, son más retórica,
más de lo mismo, los sustenta una
obstinada tendencia a mantener el statu quo que a abrir nuevos caminos que
lleven a la disminución de la pobreza, eleven el nivel y la calidad de vida y
hagan prevalecer la justicia para un pueblo noble que hoy aguanta sobre sus
espaldas los desafueros de sus gobernantes y
los aburridos sones que les tocan
los asesores, todólogos e ilustrados, que a cambio de 30 monedas, condenan un pueblo a vivir apartado de un mejor
destino.
El panorama no esta claro y el quehacer
político mucho menos. Siguen los encantadores de serpientes y pitonisos con su
mismo discurso, con sus mismas promesas y con sus ritmos pegajosos tratando de
captar incautos, en vez de darse cuenta
de la gravedad de la situación y que un desbordamiento de la marginalidad y la
exclusión llevaría al país a mayores desgracias. La miopía ante la realidad que vivimos sí huele muy mal
y no es precisamente a festejo insolente de una flatulencia de alto nivel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario