viernes, 3 de agosto de 2012

Inestabilidad e injusticia


Por Víctor Hugo Álvarez

No hay un instante en Honduras en que su pueblo no pase sobresaltado provocando que  la ansiedad se ahonde cada segundo,  pues las sorpresas  no son portadoras de esperanza, mucho menos de alegría, sino  andanadas   de nubarrones cada vez más  densos que no sólo turban a la ciudadanía sino que enturbian aún más el panorama nacional.
Viejas frases cargadas de ostracismo e ideologías torvas se tornan cíclicamente novedosas y embelesan a los comunicadores light y  a una población  cuyas carencias educativas y culturales no tienen parangón. Un ejemplo claro de ello es el eterno problema de la tenencia de la tierra en el país que induce a la lucha entre   voraces  latifundistas , contra débiles y empobrecidos minifundistas  más una gran cantidad  de paupérrimos desposeídos de un lote donde construir su vivienda o cultivar lo básico para su consumo.
“Alteradores del orden público”  “Espantos que ahuyentan la inversión en el agro”, “tontos útiles de ideologías y de políticos que quieren causar el caos”…. En fin,  campesinos poseídos por demoníacas ideas y ambiciones surgidas del delirio ideológico  y no precisamente apremiados  por la desesperanza  que  produce el hambre y la extrema pobreza en que desarrollan sus  “vidas”  y anhelantes de que se les haga justicia.
“Los campesinos son los causantes de la intranquilidad  en el país y hay que contrarrestarlos”, lapidaria frase  que conlleva a que aquí es peligroso pensar e induce a dejar las cosas  como están y no causar problemas  caso típico: el Aguán. Hay gente que se cree eso, así nomás, sin preocuparse por escuchar opiniones distintas o averiguar algo sobre el problema agrario en Honduras.
 Hay un sinfín de  comunicadores que repiten esas versiones por ignorancia, por inducción  o por coima y  sin mayores indagaciones  entonan cantos de sirenas que terminan hipnotizando a la opinión pública, mientras el problema se agranda para los terratenientes y para los desposeídos, como también crece la zozobra entre el resto de la  población. La solución…. La misma: postergar, encubrir, sitiar, perseguir, matar.
Otro  desasosiego cotidiano es la comercialización de la muerte. Los medios de comunicación, con sus excepciones, pareciera que gozaran dando a conocer con lujo de detalles el recuento interminable de las vícctimas del baño de sangre que cubre a Honduras. Para ellos y para quienes le ponen precio a la existencia de  cualquier hondureño, la vida ha perdido su esencia invaluable. Matan niños, jóvenes, mujeres y ancianos y esa danza macabra parece no tener fin. La parca ronda en cada esquina de los barrios símbolos de la exclusión social y ante ello: nada. Y otra vez surcan los espacios informativos las frases hechas “Andaban en malos pasos”, “fue un ajuste de cuentas”,”son víctimas del narcomenudeo” blah… blah… blah y ¿la investigación de estos crímenes? ¿Y la aplicación de la justicia? ¿Y el  porqué ocurre esto?  Son preguntas sin respuesta.
Se suma a ese espectáculo la exasperante danza de los millones, que ahora circulan en lujosos autos por las carreteras y esos capitales se han escapado del control de la Comisión de Banca y Seguros y hacen ver inoperante el obeso sistema bancario nacional. La corrupción no tiene límites y su reinado en Honduras es un acicate permanente en contra del pueblo empobrecido cuya vida se debate entre la pobreza y la miseria extrema.
Hay en el país hambre de pan, frijoles y tortillas, pero también la ciudadanía muere de inanición por la ausencia de justicia, de seguridad y de la inocultable indolencia de las autoridades frenéticamente orilladas ahora a una encarnizada lucha política por retener  el poder de la nación o por reconquistarlo.
La inestabilidad en que nos encontramos tarde o temprano pasará su factura. La juventud observa y vive en carne propia los desafueros de la ingobernabilidad y la ausencia de auténticos planes de desarrollo que puedan trazar senderos claros para el progreso del país. Porque, los que dicen que existen,  son más retórica, más de lo mismo,  los sustenta una obstinada tendencia a mantener el statu quo que a abrir nuevos caminos que lleven a la disminución de la pobreza, eleven el nivel y la calidad de vida y hagan prevalecer la justicia para un pueblo noble que hoy aguanta sobre sus espaldas los desafueros de sus gobernantes y  los aburridos sones que les tocan  los asesores, todólogos e ilustrados, que  a cambio de 30 monedas, condenan  un pueblo a vivir apartado de un mejor destino.
El panorama no esta claro y el quehacer político mucho menos. Siguen los encantadores de serpientes y pitonisos con su mismo discurso, con sus mismas promesas y con sus ritmos pegajosos tratando de captar incautos,  en vez de darse cuenta de la gravedad de la situación y que un desbordamiento de la marginalidad y la exclusión llevaría al país a mayores desgracias. La miopía  ante la realidad que vivimos sí huele muy mal y no es precisamente a festejo insolente de una flatulencia de alto nivel.
 

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