viernes, 25 de enero de 2013

Mujeres en un país sin rumbo


Por Víctor Hugo Álvarez
La irrupción de las mujeres hondureñas en la vida política del país, no comienza el 25 de enero de 1954 cuando en el gobierno de Julio Lozano Díaz les reconocen su derecho a la participación política limitada al voto.
La historia de Honduras registra acciones y hazañas de las mujeres del país desde antes y después del período de la independencia a través de  los constantes  esfuerzos para consolidar un sistema republicano, sustentado en la democracia participativa y la interdependencia de las podres del Estado.
Esa aspiración de las mujeres hondureñas ha pasado por diferentes etapas, pero siempre se mantiene el anhelo, y ahora con mayor fuerza, para alcanzar la  equidad entre hombres y mujeres. Opacar los substanciales aportes  de las mujeres en los quehaceres económicos, políticos y sociales, es querer desnaturalizar la historia nacional, pues con grandes esfuerzos, abnegado empeño y solvencia ciudadana, ellas se han ganado los espacios que hoy ocupan.
Sin embargo, nunca antes como ahora los desafíos que enfrentan las mujeres han sido tan graves, sobre todo en un país sin rumbo.
Ellas representan  más de la mitad de la población y están en plena efervescencia, sin embargo la discriminación de que son objeto en  ciertos espacios, incluso en su hogar  son notorios, reconocer su dignidad y perspectiva diferente para enriquecer la sociedad es todavía una asignatura pendiente. Se les relega a ejercitarse para los trabajos domésticos, para servir al varón y a la prole y se les asigna el triste papel de artículos de cama u objetos de lujo.
Superar los viejos esquemas autoritarios que las tratan como seres de segunda categoría es una herencia  de un machismo todavía no superado, de por sí esa situación ya es conflictiva y se agrava al estar inmersas en el ambiente violento  que sacude el país en donde  muchas de ellas se convierte en víctimas de esa masacre. Mejor ejemplo no hay que el constante aumento de los casos de femicidios.  Esta violencia contra la mujer  es preciso erradicarla,  si queremos caminar hacia una verdadera equidad entre hombres y mujeres.
La hemorragia cotidiana en que estamos inmersos,  arrebata valiosas vidas de jóvenes que enlutan las familias y truncan las aspiraciones de muchas madres por ver crecer y desarrollarse a sus hijos o hijas. Un manto negro cubre centenares de hogares en el país.
El desasosiego nacional que se genera día a día al escuchar las noticias alarmantes de corrupción, de un arcaico autoritarismo y la violación constante a la ley fundamental de la República, la inseguridad en todos los niveles y las ambiciones desatadas de políticos miopes que no han logrado hacer una lectura ajustada de la realidad en que nos desenvolvemos,  ahogan los anhelos por un país distinto.
Todo esto asfixia a la población, especialmente a los jóvenes que ponen sus miradas y aspiraciones fuera de la patria y emigran emprendiendo un caminar por sendas desconocidas y peligrosas en donde exponen la vida. Buscan realizar su sueño, sin ponderar las pesadillas que los acechan en cada atajo del camino de la llamada “ruta del migrante”.
Por esa senda migratoria ahora se ve igual número de muchachas y varones. Hace pocos años la migración era mayor entre el sexo masculino, ahora hasta niños la recorren.                  
Pero arraigada como es a su familia, la mujer hondureña mantiene hasta el último momento sus esperanzas. Por ello un signo alentador es observar con verdadera satisfacción  el incremento de mujeres en la educación media y superior y el alto número de profesionales calificadas con que cuenta el país
No cabe duda que las mujeres son  transmisora de la fe y,  amparadas en sus creencias,  son también generadoras de esperanzas, ambas se originan en esa capacidad intensa de amar a sus descendientes y  sostener la casi imperceptible escala de valores que por muchos años  rigió a la sociedad hondureña.
Muchas de ellas están llenas de esa  convicción que las sostiene  e impulsa en su difícil camino para lograr mejores condiciones de vida. Por eso, en medio de tantas adversidades, ellas saben que deben ampliar los espacios ganados y junto con el hombre lograr una sociedad sin exclusiones, con equidad, y mejores condiciones para elevar  la calidad de sus vidas.

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