Por Víctor Hugo Álvarez
La reconstrucción del tejido social de los hondureños
amerita del concurso de todos los sectores de la nación, pero no a través de los interminables “diálogos” a
los cuales estamos acostumbrados cuyos frutos nacen secos, sino de una ronda de conversaciones y
negociaciones que incluya como condición
esencial la deposición de intereses, sobre todo de aquellos segmentos poblacionales que están acostumbrados al
manoseo constante del poder.
La unidad de propósitos pasa inevitablemente por esa
deposición de intereses de grupo, si se quiere conformar un auténtico Plan de
Nación, cuyas metas a corto, mediano y largo plazo, busquen el bien común y eleven
la calidad de vida de los hondureños.
Se habla mucho de unidad, pero los temas nacionales no se
tocan a fondo, no se analizan ni se
perfilan sus salidas. Por ello nos parece sumamente interesante que una vez más los obispos de la Iglesia desde
su visión de pastores de la grey católica en particular y del conglomerado nacional en general, vuelven a llamar la atención
sobre los temas más candentes de la realidad en que vivimos
En el mensaje emitido el pasado miércoles insisten que se deben encontrar las salidas viables a los problemas que nos
aquejan. No hay duda que eso es imprescindible, sobre todo en un país que ha
apostado por la democracia como su sistema de gobierno y que anhela que esa
democracia sea real y no formal como ha sido la práctica de los últimos tres
decenios.
Aprovechando para expresar sus consideraciones sobre la
renuncia del Papa Benedicto XVI, los pastores católicos señalan que el sumo pontífice nos deja la gran
lección de las personas inteligentes que se entregan totalmente al servicio de
los demás, “pero que en ningún momento
se creen imprescindibles o insustituibles”.
Luego añaden con firmeza y en forma directa que: “Deseamos que esta lección de humilde sabiduría sea
valorada por quienes ejercen cualquier clase de poder, sobre todo por quienes
ejercen el poder político, de modo que no se obsesionen en querer reelegirse y
prolongar inconstitucionalmente sus mandatos”.
A veces, el deseo de permanecer en el poder, lejos de
significar vocación de servicio, esconde ambición y soberbia.
Más claro no canta un gallo, así los pastores salen al
encuentro de las constantes versiones que circulan en el país sobre el tema del
continuismo y dejan transparente su posición
de no tolerar la apropiación
indefinida del poder por algunos sectores y la instauración de una dictadura, cuyos
síntomas comienzan a perfilarse.
Partiendo de esa apreciación los obispos invitan a reflexionar sobre la situación nacional. Reiteran que el derecho legal y el deber moral
de ejercer el sufragio garantiza nuestra democracia, la cual que no deja de
estar amenazada de muchas formas.
Como hombres de esperanza, insisten en la añorada reconciliación “que nos ayude a
superar divisiones y enfrentamientos que nos debilitan frente a los verdaderos
enemigos: la corrupción, la
injusticia, la mentira, el abuso de
poder, la inequidad, la impunidad, la incomprensión, la marginación, el
empobrecimiento “y todo lo que podríamos vencer si viviéramos unidos y
reconciliados”.
Allí está el punto toral del mensaje, porque en el
ensombrecido panorama nacional, no hay asomos de acabar con esos males que azotan
cotidianamente a la nación hondureña, más bien los grupos que han mantenido el
poder se refuerzan, hacen sentir su peso
sobre las grandes mayorías. Por eso no es de extrañar la llamada limpieza social cuyos frutos son los
crímenes que marcan la tónica diaria.
A dos meses de iniciado el llamado año político, las
propuestas de los aspirantes a la presidencia de la República brillan
por su ausencia. Los partidos contendores siguen la costumbre de enfilar sus baterías casi al final de la campaña, cuando
los ánimos están caldeados y el pueblo vota a ciegas, llevado por
subjetividades.
No hay propuestas concretas sobre cómo acabar con el
desempleo, la corrupción, con la
inseguridad, con la migración, con la
barbarie en que estamos inmersos que a diario arroja toneladas de sangre
derramada y quienes comenten las masacres se solazan en la impunidad.
Y más allá, la
llamada clase política de Honduras demuestra no estar interesada en resolver los
problemas nacionales. Imposible entonces, por ahora, buscar comunión de propósitos.
Por los vientos que soplan y mueven el telón detrás del cual
se esconden los titiriteros de nuestra realidad, el anhelado despegue hacia el desarrollo
nacional y este nuevo mensaje episcopal quedará
como lo que el viento se llevó.
La única salida debe ser concertada y que fructifique en
acciones reales, sólo entonces el nuevo como válido llamado de los obispos
habrá encontrado donde anclar.
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