Por Víctor Hugo Álvarez
Estamos conmemorando el Día de las Madres hondureñas. Para unos es una evocación nostálgica. Para otros una convivencia de alegría y para casi todos, aletargados por el consumismo, una fecha para comprar, para regalarle algo a su progenitora.
La
sublimidad del amor de Dios, se canaliza a ese ser que siempre
recordamos, que nunca quisiéramos alejarnos de ella. Que jamás
quisiéramos perder o hubiésemos querido tener siempre a nuestro lado.
Porque
ellas son guías, consejeras, educadoras, amorosas, entregadas: ¿Qué más
decir lo que es una madre? Cualquier concepto se queda pequeño ante el su excelso ser, actuar y acontecer.
.Los hondureños aun sabiendo la sublimidad de la maternidad no la apreciamos como debiéramos. Sin embargo, las mujeres hondureñas están más que conscientes que ser madres es más que un desafío, pues las condiciones en que desarrollan su puericultura no son las propicias.
Todo lo contrario son condiciones cerradas, ausentes de oportunidades y violentan los anhelos que cada mamá tiene para el bienestar de sus hijos.
Baste con mencionar algunas cifras tomadas del Instituto Nacional de Estadísticas, las cuales señalan que en Honduras sesenta de cada cien hogares se encuentran en condiciones de pobreza, otros han cruzado el lindero y ya se ubican en la miseria
El
ingreso de la mayoría de los hogares del país está por debajo del costo
de una canasta básica de consumo que incluye alimentos, bienes y servicios. La situación es más grave en el área rural.
En el área urbana la penuria abarca a más de la mitad de los hogares. La
mayoría de los habitantes de las ciudades vive en extrema pobreza. No
hay servicios básicos, el cacareado progreso no llega a los barrios
eufemísticamente llamados en desarrollo
Conociendo que la mujer representa más del 51 por ciento de la población hondureña, calza bien la frase que señala que en Honduras “la pobreza tiene rostro de mujer”.
Las escenas de la miseria, de la exclusión, del hambre son las mismas sólo cambian los escenarios. En todos los rincones del país hay hogares guiado por madres solteras, hay niños con rostros famélicos, la incidencia de las enfermedades cíclicas es mayor cada año.
A ello se suma la aborrecible ola de violencia que nos abate. Muchas madres lloran la pérdida de sus hijos y claman justicia, pero esa justicia lenta, taimada, truculenta, sesgada, jamás llega para los pobres.
Otras se afanan por lograr un empleo para sus hijos. Treinta años de democracia formal, han cubierto el panorama nacional de promesas para incentivar el empleo y seguridad, la educación y la salubridad pública, pero son ofertas calculadas que sólo afloran en tiempos de campaña política.
Pero en medio de este triste panorama nuestras madres luchan contra todas esas adversidades. Su
denodado amor las impulsa y las llena de esperanzas. Esperanzas que
defienden en medio de la vorágine que nos envuelve. Se niegan a aceptar
un futuro cerrado para sus hijos.
Eso es el amor de madre, millones
de mujeres hondureñas anhelan un futuro mejor para sus hijos, donde
haya oportunidades y donde la vida, esa misma que ellas cargaron en su
vientre, valga, se respete y sea el don más preciado de este pueblo.
Si quienes nos gobiernan y aspiran a gobernarnos, si quienes propician y viven de la corrupción, delinquen, matan o mandan a matar reflexionaran hoy como hijos y recordaran los esfuerzos de sus madres. Si tratarán de ver con los ojos que ellas nos miran, Honduras caminaría hoy por sendas diferentes.
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