viernes, 10 de mayo de 2013

Miradas de Madre


Por Víctor Hugo Álvarez
Estamos conmemorando el Día de las Madres hondureñas. Para unos  es una evocación  nostálgica. Para otros una convivencia de alegría y para casi todos, aletargados por el consumismo,  una fecha para comprar, para regalarle algo a su progenitora.
La sublimidad del amor de Dios, se canaliza a ese ser que siempre recordamos, que nunca quisiéramos alejarnos de ella. Que jamás quisiéramos perder o hubiésemos querido tener siempre  a nuestro lado.
Porque ellas son guías, consejeras, educadoras, amorosas, entregadas: ¿Qué más decir lo que es una madre? Cualquier concepto se queda pequeño ante  el su excelso ser,  actuar y acontecer.
.Los hondureños aun sabiendo la  sublimidad de la maternidad no la apreciamos como debiéramos.  Sin embargo, las mujeres hondureñas están más que conscientes que   ser  madres es más que un desafío, pues las condiciones en que desarrollan su puericultura no son las propicias.
Todo lo contrario son condiciones cerradas, ausentes de oportunidades y violentan  los anhelos que cada mamá tiene para el bienestar de sus hijos.
Baste con mencionar algunas cifras tomadas del Instituto Nacional de Estadísticas,  las cuales  señalan    que en Honduras  sesenta de cada cien hogares se encuentran en condiciones de pobreza, otros han cruzado el lindero y  ya se ubican en la miseria
El ingreso de la mayoría de los hogares del país está por debajo del costo de una canasta básica de consumo que incluye alimentos,  bienes y servicios.  La situación  es más grave en el área rural.
En el área urbana la penuria abarca  a más de la mitad de los  hogares.  La mayoría de los habitantes de las ciudades vive en extrema pobreza. No hay servicios básicos, el cacareado progreso no llega a los barrios eufemísticamente llamados en desarrollo
Conociendo que  la mujer representa más del 51 por ciento de la población hondureña,  calza bien la frase que  señala que  en Honduras “la pobreza tiene rostro de mujer”.
Las escenas  de la miseria, de la exclusión,  del hambre son las mismas sólo cambian los escenarios. En todos los rincones del país hay hogares guiado por  madres solteras, hay niños con rostros famélicos, la incidencia de las enfermedades cíclicas es mayor cada año.
A ello se suma la aborrecible ola de violencia que nos abate.  Muchas madres lloran la pérdida de sus hijos y claman justicia, pero esa  justicia lenta, taimada, truculenta, sesgada,  jamás llega para los pobres.
Otras se afanan por lograr un empleo para sus hijos.  Treinta años de democracia formal,  han cubierto el panorama nacional de promesas para incentivar el empleo y seguridad, la educación y  la salubridad pública, pero son ofertas calculadas que sólo afloran en tiempos de campaña política.
Pero en medio de este triste panorama nuestras madres  luchan  contra todas esas adversidades.  Su denodado amor las impulsa y las llena de esperanzas. Esperanzas que defienden en medio de la vorágine que nos envuelve. Se niegan a aceptar un futuro cerrado para sus hijos.
Eso es el amor de madre,  millones de mujeres hondureñas anhelan un futuro mejor para sus hijos, donde haya oportunidades y donde la vida, esa misma que ellas cargaron en su vientre,  valga, se respete y sea el don más preciado de este pueblo.
Si quienes nos gobiernan y aspiran a gobernarnos, si quienes  propician y viven de la corrupción,  delinquen,  matan o mandan a matar  reflexionaran hoy como hijos y recordaran los esfuerzos de sus madres.  Si tratarán de ver con los ojos que ellas nos miran,  Honduras caminaría hoy por sendas diferentes.

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