martes, 30 de julio de 2013

Desafío inevitable

Por Víctor Hugo Álvarez
El Papa Francisco, ha levantado una ola de expectativas  durante su presencia en la Jornada Mundial de la Juventud que se realizó en Río de Janeiro, Brasil. Sus palabras iniciales: "No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso: Jesucristo”. Son reveladoras.  Abren esperanzas más que anhelos de riqueza, de acumulación de capital.
Más allá de las fronteras y  su deseo de encontrarse con los jóvenes de todo el mundo,  “porque hablan idiomas diferentes, pertenecen a culturas distintas y,  sin embargo,  encuentran en Cristo las respuestas a sus más altas y comunes  aspiraciones”. El Papa quiso solidificar algunos planteamientos que regirán su pontificado.
Francisco plateó a los jóvenes  que superando el temor, deben enfrentar  los  riesgos  para construir una sociedad más  equitativa y menos traumática  y superar las condiciones sociales abismales que hoy  experimentamos. “Ellos, dijo, no tienen miedo a arriesgar pues saben que no serán defraudados”.  Frase de suma importancia en un continente  donde  la población ha sido tantas veces defraudada por los políticos, por las instituciones partidistas y un modelo económico asfixiante,  desgarrador,  salvaje y excluyente.
Tan salvaje  es el modelo,  que las calles y veredas de Honduras están anegadas de sangre juvenil por el alto índice de criminalidad  que se ensaña  con  inaudito salvajismo contra los muchachos y las muchachas de nuestros países.
Sabe el Papa que dirigiéndose a los jóvenes habla también a sus familias, comunidades eclesiales y naciones de origen. He aquí una clave que no puede perderse de vista, pues todo joven tiene una relación de pertenencia específica a una familia o a una comunidad.
Por ello, fue punzante en esto de los retos y con flechas dirigidas al corazón del segmento poblacional más grande el continente  les dijo: “Los jóvenes son la ventana por donde entra al  mundo la sinceridad, la solidaridad y muchos valores más”.
 Es un  llamado claro al compromiso, pero también a la esperanza y más  diáfano no puede ser.
También esas palabras son un aldabonazo para los adultos  cuyo deber  es despertar en los jóvenes las mejores potencialidades para que sean "protagonistas de su propio porvenir y corresponsable del destino de todos" Óigase bien, de todos.
En otra alocución  Francisco les manifestó que “deben armar lío”  en sus parroquias, en sus diócesis, en sus comunidades. “Salgan, les dijo, pues  una Iglesia encerrada se convierte en una ONG”. Ese mensaje  tiende a desbordarse, pues si la Iglesia es comunidad en si lleva implícita toda la problemática que vive la población.
Tomar las palabras del Papa como hechos aislados sería un grave error, pues él está hablando al mundo a través de sus representantes válidos, los jóvenes que asistieron a Río de Janeiro.
Francisco delinea con fuerza lo que será su pontificado y todo parece indicar que tiene el respaldo de la mayoría de los cardenales que lo eligieron,  y el apoyo de  la  de la población católica mundial.
El  Papa está refrescando el evangelio,  apunta hacia  una Iglesia que desea rejuvenecerse y dejar su estado imperial y la ostentación que la ha caracterizado generando actitudes  poco  evangélicas, como la corrupción y los escándalos.
Está tratando de que en su gestión la institución  sea una Iglesia de los pobres y para los pobres  y  ese sólo hecho  es un giro de dirección y el viento comienza a soplar a favor de la autenticidad evangélica y a resaltar la pobreza en que se encuentra la población de la mayoría de los países del tercer mundo.
Cuando Francisco les dice a los jóvenes del mundo que los nuevos valores entrarán por el ventanal,  sabe perfectamente que para esta generación, sobre todo en América Latina,   las puertas de las oportunidades han estado cerradas.
Sólo se entreabren para que los muchachos y muchachas  “saboreen”  los deleites del consumo, el hedonismo con su disfrute fugaz de la sensualidad  y la  incomunicación que,  paradójicamente, producen los avances tecnológicos en el campo de la comunicación.
Los muchachos  están presionados por tantos ídolos que parecen dar esperanza. Por ello,  no es extraño encontrar en miles de jóvenes una sensación de soledad y vacío  que los hace buscar  soluciones en las direcciones equivocadas, donde buscan llenar ese vacío a que los ha condenado el sistema.
Vale la pena dejar claro  que  los jóvenes son los únicos que pueden abrir desde adentro esas puertas,   reforzados por  valores y aspiraciones más nobles y así mostrarlos  al mundo. Eso si la fe de ellos  y la nuestra es auténtica, no licuada.

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