Por Víctor Hugo Álvarez
El Papa Francisco, ha levantado una ola de expectativas durante su presencia en la Jornada Mundial de
la Juventud que se realizó en Río de Janeiro, Brasil. Sus palabras iniciales:
"No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso: Jesucristo”.
Son reveladoras. Abren esperanzas más
que anhelos de riqueza, de acumulación de capital.
Más allá de las fronteras y
su deseo de encontrarse con los jóvenes de todo el mundo, “porque hablan idiomas diferentes, pertenecen
a culturas distintas y, sin embargo, encuentran en Cristo las respuestas a sus más
altas y comunes aspiraciones”. El Papa
quiso solidificar algunos planteamientos que regirán su pontificado.
Francisco plateó a los jóvenes que superando el temor, deben enfrentar los
riesgos para construir una
sociedad más equitativa y menos
traumática y superar las condiciones
sociales abismales que hoy experimentamos.
“Ellos, dijo, no tienen miedo a arriesgar pues saben que no serán defraudados”.
Frase de suma importancia en un
continente donde la población ha sido tantas veces defraudada
por los políticos, por las instituciones partidistas y un modelo económico
asfixiante, desgarrador, salvaje y excluyente.
Tan salvaje es el
modelo, que las calles y veredas de
Honduras están anegadas de sangre juvenil por el alto índice de
criminalidad que se ensaña con
inaudito salvajismo contra los muchachos y las muchachas de nuestros
países.
Sabe el Papa que dirigiéndose a los jóvenes habla también a
sus familias, comunidades eclesiales y naciones de origen. He aquí una clave
que no puede perderse de vista, pues todo joven tiene una relación de
pertenencia específica a una familia o a una comunidad.
Por ello, fue punzante en esto de los retos y con flechas
dirigidas al corazón del segmento poblacional más grande el continente les dijo: “Los jóvenes son la ventana por
donde entra al mundo la sinceridad, la
solidaridad y muchos valores más”.
Es un llamado claro al compromiso, pero también a
la esperanza y más diáfano no puede ser.
También esas palabras son un aldabonazo para los
adultos cuyo deber es despertar en los jóvenes las mejores
potencialidades para que sean "protagonistas de su propio porvenir y
corresponsable del destino de todos" Óigase bien, de todos.
En otra alocución Francisco
les manifestó que “deben armar lío” en
sus parroquias, en sus diócesis, en sus comunidades. “Salgan, les dijo,
pues una Iglesia encerrada se convierte
en una ONG”. Ese mensaje tiende a
desbordarse, pues si la Iglesia es comunidad en si lleva implícita toda la
problemática que vive la población.
Tomar las palabras del Papa como hechos aislados sería un
grave error, pues él está hablando al mundo a través de sus representantes
válidos, los jóvenes que asistieron a Río de Janeiro.
Francisco delinea con fuerza lo que será su pontificado y
todo parece indicar que tiene el respaldo de la mayoría de los cardenales que
lo eligieron, y el apoyo de la de
la población católica mundial.
El Papa está
refrescando el evangelio, apunta hacia una Iglesia que desea rejuvenecerse y dejar
su estado imperial y la ostentación que la ha caracterizado generando actitudes poco evangélicas,
como la corrupción y los escándalos.
Está tratando de que en su gestión la institución sea una Iglesia de los pobres y para los
pobres y ese sólo hecho
es un giro de dirección y el viento comienza a soplar a favor de la
autenticidad evangélica y a resaltar la pobreza en que se encuentra la
población de la mayoría de los países del tercer mundo.
Cuando Francisco les dice a los jóvenes del mundo que los
nuevos valores entrarán por el ventanal, sabe perfectamente que para esta generación,
sobre todo en América Latina, las puertas de las oportunidades han estado
cerradas.
Sólo se entreabren para que los muchachos y muchachas “saboreen” los deleites del consumo, el hedonismo con su
disfrute fugaz de la sensualidad y
la incomunicación que, paradójicamente, producen los avances
tecnológicos en el campo de la comunicación.
Los muchachos están presionados
por tantos ídolos que parecen dar esperanza. Por ello, no es extraño encontrar en miles de jóvenes
una sensación de soledad y vacío que los
hace buscar soluciones en las
direcciones equivocadas, donde buscan llenar ese vacío a que los ha condenado
el sistema.
Vale la pena dejar claro
que los jóvenes son los únicos
que pueden abrir desde adentro esas puertas,
reforzados por valores y
aspiraciones más nobles y así mostrarlos
al mundo. Eso si la fe de ellos y
la nuestra es auténtica, no licuada.
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