lunes, 2 de diciembre de 2013

Elecciones y sinsabores

Por Víctor Hugo álvarez
 
Realmente que los comicios del 24 de noviembre dejaron innumerables sorpresas con un denominador común la afluencia masiva del pueblo a las urnas en un ambiente festivo y de tranquilidad.

El primer sobresalto, cuyas consecuencias  aún repercuten,  es que ese sosiego popular se ha ido perdiendo desde el momento mismo en que el Tribunal Superior Electoral, TSE,  no cumplió con su palabra de dar a conocer el primer recuento de votos a las siete de la noche tal como lo había prometido.

Ese incumplimiento desató un vendaval de especulaciones y solidificó la desconfianza  que se ha tenido en esa institución,  en sus magistrados y en la misma Ley Electoral y de las Organizaciones políticas, la cual padece estertores de muerte.

En lapso de la hora transcurrida antes de darse el primer conteo, saltaron a la opinión pública las irregularidades eufemísticamente llamadas “inconsistencias del proceso”,  sinsabores que ahora cuando comienzan a conformarse la integración de las diputaciones por departamentos adquieren su pico más alto.
Desde hace varios años, la moderna tecnología ha estado presente en  las comicios hondureños, pero ahora  con el uso de los escáneres la desconfianza se ahondó pues unos datos son lo que reflejan las actas escaneadas y otros  son los que revelan las actas originales.

Ante esos desaciertos de una institución que en los años que lleva de existir debería ser más efectiva y precisa en el conteo de los votos y en la transparencia de los resultados, aparece de nuevo la silueta repudiada del fraude y, por supuesto,  de la deslegitimación del proceso.

No ha podido el TSE  encontrar consensos en los partidos contendientes sobre la transparencia  en la asignación de credenciales y en la no negociación de las mismas, pues sus acciones no sólo están limitadas por la misma Ley, sino por la  falta de autonomía de los magistrados ante los partidos tradicionales y ante el gobierno de turno. Es más, dos de los magistrados son militantes de los dos partidos tradicionales y el otro de una  languidecente organización política como lo es la Democracia Cristiana.

Con esas actuaciones,  ningún  bien le hace los partidos tradicionales y el propio Tribunal a los procesos electorales del país y al afianzamiento de la democracia real que anhelan los hondureños, pues siguen nadando en las aguas turbulentas de las zancadillas, de la compra y venta de credenciales y lo que es peor del manoseo de los resultados. Esto debe terminar  y en los próximos comicios que prevalezca la nitidez.
Por más que la comunidad internacional a través de sus observadores se haya esmerado en garantizar la transparencia de las elecciones y sus resultados,  vieron sólo el desborde  del pueblo a las urnas y la tranquilidad de los electores y alguno que otro hecho como apertura tarde de las urnas, conflictos pequeños ente los votantes o excesos de los custodios electorales, pero la misma calidad de observadores no les permitió ir más al fondo y al final ellos mismos quisieron modificar sus propios informes.

Ese actuar bajo la mesa, los acuerdos entre penumbras y ejercer la compra de votos para solventar necesidades inmediatas de personas sumidas en la pobreza, quedaron fuera del foco de la vigilancia internacional.

 Marrulleros como son, los políticos tradicionales hondureños no iban a demostrar sus picardías ante la comunidad internacional, ni hacer un striptease  público de las mismas, sino esperar a que nos  diéramos cuenta después. Como dice el pueblo: “después del trueno Jesús y María”.

El pueblo si dio lecciones claras ejercer su derecho al sufragio pese a que se sabía que la transparencia sería opacada. Demostró con su participación que desea un gobierno  de inclusiones, de consensos y de amplia participación y tolerancia que se capaz de confeccionar un auténtico Plan de Nación, que a mediano y largo plazo Honduras no ocupe los bochornosos lugares de país más violento del mundo ni donde la miseria extrema consume a la mayoría de la población.

Donde sea atajada y desterrada la corrupción y comience a perfilarse la generación de empleos y la apertura de oportunidades para los jóvenes sin necesidad de vender al mejor postor los recursos naturales del país.

No entender ese mensaje y seguir sumidos en el sectarismo, la truhanería y la vanidad que genera el mesianismo es perder las perspectivas sobre esos deseos del pueblo hondureño.

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