Por Víctor
Hugo álvarez
Realmente
que los comicios del 24 de noviembre dejaron innumerables sorpresas con un
denominador común la afluencia masiva del pueblo a las urnas en un ambiente
festivo y de tranquilidad.
El primer sobresalto,
cuyas consecuencias aún repercuten, es que ese sosiego popular se ha ido
perdiendo desde el momento mismo en que el Tribunal Superior Electoral, TSE, no cumplió con su palabra de dar a conocer el
primer recuento de votos a las siete de la noche tal como lo había prometido.
Ese
incumplimiento desató un vendaval de especulaciones y solidificó la
desconfianza que se ha tenido en esa
institución, en sus magistrados y en la
misma Ley Electoral y de las Organizaciones políticas, la cual padece estertores
de muerte.
En lapso de
la hora transcurrida antes de darse el primer conteo, saltaron a la opinión
pública las irregularidades eufemísticamente llamadas “inconsistencias del
proceso”, sinsabores que ahora cuando
comienzan a conformarse la integración de las diputaciones por departamentos
adquieren su pico más alto.
Desde hace
varios años, la moderna tecnología ha estado presente en las comicios hondureños, pero ahora con el uso de los escáneres la desconfianza
se ahondó pues unos datos son lo que reflejan las actas escaneadas y otros son los que revelan las actas originales.
Ante esos
desaciertos de una institución que en los años que lleva de existir debería ser
más efectiva y precisa en el conteo de los votos y en la transparencia de los
resultados, aparece de nuevo la silueta repudiada del fraude y, por
supuesto, de la deslegitimación del
proceso.
No ha
podido el TSE encontrar consensos en los
partidos contendientes sobre la transparencia
en la asignación de credenciales y en la no negociación de las mismas,
pues sus acciones no sólo están limitadas por la misma Ley, sino por la falta de autonomía de los magistrados ante
los partidos tradicionales y ante el gobierno de turno. Es más, dos de los
magistrados son militantes de los dos partidos tradicionales y el otro de
una languidecente organización política
como lo es la Democracia Cristiana.
Con esas
actuaciones, ningún bien le hace los partidos tradicionales y el
propio Tribunal a los procesos electorales del país y al afianzamiento de la
democracia real que anhelan los hondureños, pues siguen nadando en las aguas
turbulentas de las zancadillas, de la compra y venta de credenciales y lo que
es peor del manoseo de los resultados. Esto debe terminar y en los próximos comicios que prevalezca la
nitidez.
Por más que
la comunidad internacional a través de sus observadores se haya esmerado en
garantizar la transparencia de las elecciones y sus resultados, vieron sólo el desborde del pueblo a las urnas y la tranquilidad de
los electores y alguno que otro hecho como apertura tarde de las urnas,
conflictos pequeños ente los votantes o excesos de los custodios electorales,
pero la misma calidad de observadores no les permitió ir más al fondo y al
final ellos mismos quisieron modificar sus propios informes.
Ese actuar
bajo la mesa, los acuerdos entre penumbras y ejercer la compra de votos para
solventar necesidades inmediatas de personas sumidas en la pobreza, quedaron
fuera del foco de la vigilancia internacional.
Marrulleros como son, los políticos tradicionales
hondureños no iban a demostrar sus picardías ante la comunidad internacional,
ni hacer un striptease público de las
mismas, sino esperar a que nos diéramos
cuenta después. Como dice el pueblo: “después del trueno Jesús y María”.
El pueblo
si dio lecciones claras ejercer su derecho al sufragio pese a que se sabía que
la transparencia sería opacada. Demostró con su participación que desea un
gobierno de inclusiones, de consensos y
de amplia participación y tolerancia que se capaz de confeccionar un auténtico
Plan de Nación, que a mediano y largo plazo Honduras no ocupe los bochornosos
lugares de país más violento del mundo ni donde la miseria extrema consume a la
mayoría de la población.
Donde sea
atajada y desterrada la corrupción y comience a perfilarse la generación de
empleos y la apertura de oportunidades para los jóvenes sin necesidad de vender
al mejor postor los recursos naturales del país.
No entender
ese mensaje y seguir sumidos en el sectarismo, la truhanería y la vanidad que
genera el mesianismo es perder las perspectivas sobre esos deseos del pueblo
hondureño.
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