viernes, 25 de mayo de 2012

Introspección


Por Víctor Hugo Álvarez
El asesinato del compañero periodista Ángel Alfredo Villatoro no sólo sume en el luto a su honorable familia y al gremio periodístico hondureño, sino que agrega un eslabón más a la ya larga cadena de crímenes que han quedado impunes en Honduras, tanto de comunicadores sociales como personas de los distintos sectores del país, especialmente contra jóvenes cuya sangre es absorbida por la tierra, quizá como fermento de una nueva patria.
Hacer y deshacer hipótesis, tesis, pesquisas o simples comentarios sobre las causas que llevaron al secuestro y posterior muerte del compañero Villatoro forma parte del susurro cotidiano y mientras la figura del amigo se alza como un icono mediático de la libertad de expresión y surgen conceptos de autorregulación o autocensura, quedan soterrados otros aspectos del quehacer periodístico nacional, que es necesario nombrarlos sobre todo en estas fechas donde se celebra el Día del Periodista Hondureño.
En primer lugar y esta es una verdad indubitable, el periodismo nacional se desarrolla entre la débil franja que marca los límites de la libertad de expresión, de información y de opinión, con los de la libre empresa de las comunicaciones. Muchos periodistas, por salvaguardar su empleo,  se ven obligados a defender los intereses políticos o económicos de los propietarios de las empresas donde laboran. En ese sentido la amenaza a la libertad de expresión es permanente.
Hay libertad de expresión, si no afecta los intereses de los dueños de los medios. De lo contrario se desata la censura y hasta el despido de muchos colegas. De estos ejemplos se pueden escribir muchos artículos y hasta libros.
La vulnerabilidad entonces no sólo es externa, sino interna y lo que es peor tan visible como el cenit.
Otro de los  aspectos de vulnerabilidad es que los mismos comunicadores nos acomodamos a las directrices de colegas que por años han controlado el Colegio de Periodistas y lo han convertido en caja de resonancia de los intereses de los propietarios de los medios de comunicación. Este dogal ha permitido la presencia permanente de una sola corriente que comúnmente gana las elecciones para elegir la dirección del Colegio y así el inmovilismo se entroniza y se empantana el actuar gremialista. Curiosa acción, pues hacia afuera los periodistas somos una garantía de la democracia y la alternabilidad en el poder, lo mismo que el libre juego de las ideas.
Sobre estos dos aspectos surge otro problema y es el de la corrupción que campea en el medio y el desenfreno en la emisión de opiniones. La sublimada “autoestima” que caracteriza a los periodistas, sobre todo en los medios electrónicos, hace años que vine permitiendo el desbocamiento de la ética y en honor a nuestra “verdad” somos capaces de destruir honras y dignidades.
Hemos dejado muy atrás las normas de la Deontología y su Teoría del Deber, y hemos ideologizado el proceso de comunicación, tornándolo excluyente e intolerante. El aforismo de que ningún periodista puede decir lo que no pueda sostener como caballero es cosa del rancio pasado.
La diatriba, el denuesto, los gritos y la utilización de un lenguaje inapropiado son los ejemplos de libertad de expresión que muchos estamos dando a las generaciones futuras, atropellando las normas del idioma y la sensatez de las palabras.
La autorregulación, entonces, más allá de ser un eufemismo para cubrir el miedo y la temida autocensura, debería ser un método válido para revisar nuestro actuar como comunicadores, como portadores de mensajes informativos y como fermentos de opinión.
Debemos auto regularnos ante el abuso que realizamos ante el honor de las personas, ante el dolor de los familiares de las víctimas de la violencia y ante la corrupción del gremio.
La muerte de Alfredo y de muchos otros colegas cuyos nombre y vidas quedan en el limbo informativo a causa de mezquinos intereses, intolerancia o ceguera ideológica debe ser el indicador que nos señale que se necesita un cambio, no sólo a lo externo de las labores periodísticas, sino a lo interno. Cambio que busque fortalecer el diálogo, la tolerancia, la alternabilidad en la conducción de nuestra máxima organización gremial, pero más allá un cambio que permita la unidad como camino único para defender el ejercicio honesto de esta noble profesión.

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