Por Víctor Hugo Álvarez
El asesinato del compañero periodista Ángel
Alfredo Villatoro no sólo sume en el luto a su honorable familia y al gremio
periodístico hondureño, sino que agrega un eslabón más a la ya larga cadena de
crímenes que han quedado impunes en Honduras, tanto de comunicadores sociales
como personas de los distintos sectores del país, especialmente contra jóvenes
cuya sangre es absorbida por la tierra, quizá como fermento de una nueva
patria.
Hacer y deshacer hipótesis, tesis, pesquisas o
simples comentarios sobre las causas que llevaron al secuestro y posterior
muerte del compañero Villatoro forma parte del susurro cotidiano y mientras la
figura del amigo se alza como un icono mediático de la libertad de expresión y
surgen conceptos de autorregulación o autocensura, quedan soterrados otros
aspectos del quehacer periodístico nacional, que es necesario nombrarlos sobre
todo en estas fechas donde se celebra el Día del Periodista Hondureño.
En primer lugar y esta es una verdad
indubitable, el periodismo nacional se desarrolla entre la débil franja que
marca los límites de la libertad de expresión, de información y de opinión, con
los de la libre empresa de las comunicaciones. Muchos periodistas, por
salvaguardar su empleo, se ven obligados
a defender los intereses políticos o económicos de los propietarios de las
empresas donde laboran. En ese sentido la amenaza a la libertad de expresión es
permanente.
Hay libertad de expresión, si no afecta los intereses
de los dueños de los medios. De lo contrario se desata la censura y hasta el
despido de muchos colegas. De estos ejemplos se pueden escribir muchos
artículos y hasta libros.
La vulnerabilidad entonces no sólo es externa,
sino interna y lo que es peor tan visible como el cenit.
Otro de los
aspectos de vulnerabilidad es que los mismos comunicadores nos
acomodamos a las directrices de colegas que por años han controlado el Colegio
de Periodistas y lo han convertido en caja de resonancia de los intereses de
los propietarios de los medios de comunicación. Este dogal ha permitido la
presencia permanente de una sola corriente que comúnmente gana las elecciones
para elegir la dirección del Colegio y así el inmovilismo se entroniza y se
empantana el actuar gremialista. Curiosa acción, pues hacia afuera los
periodistas somos una garantía de la democracia y la alternabilidad en el
poder, lo mismo que el libre juego de las ideas.
Sobre estos dos aspectos surge otro problema y
es el de la corrupción que campea en el medio y el desenfreno en la emisión de
opiniones. La sublimada “autoestima” que caracteriza a los periodistas, sobre
todo en los medios electrónicos, hace años que vine permitiendo el
desbocamiento de la ética y en honor a nuestra “verdad” somos capaces de
destruir honras y dignidades.
Hemos dejado muy atrás las normas de la
Deontología y su Teoría del Deber, y hemos ideologizado el proceso de
comunicación, tornándolo excluyente e intolerante. El aforismo de que ningún
periodista puede decir lo que no pueda sostener como caballero es cosa del
rancio pasado.
La diatriba, el denuesto, los gritos y la
utilización de un lenguaje inapropiado son los ejemplos de libertad de
expresión que muchos estamos dando a las generaciones futuras, atropellando las
normas del idioma y la sensatez de las palabras.
La autorregulación, entonces, más allá de ser
un eufemismo para cubrir el miedo y la temida autocensura, debería ser un
método válido para revisar nuestro actuar como comunicadores, como portadores
de mensajes informativos y como fermentos de opinión.
Debemos auto regularnos ante el abuso que
realizamos ante el honor de las personas, ante el dolor de los familiares de
las víctimas de la violencia y ante la corrupción del gremio.
La muerte de Alfredo y de muchos otros colegas
cuyos nombre y vidas quedan en el limbo informativo a causa de mezquinos
intereses, intolerancia o ceguera ideológica debe ser el indicador que nos
señale que se necesita un cambio, no sólo a lo externo de las labores
periodísticas, sino a lo interno. Cambio que busque fortalecer el diálogo, la
tolerancia, la alternabilidad en la conducción de nuestra máxima organización
gremial, pero más allá un cambio que permita la unidad como camino único para
defender el ejercicio honesto de esta noble profesión.
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