Amy Goodman y Denis Moynihan
El periodismo no es un delito. Este es el lema central de la campaña
por la liberación de los cuatro periodistas de la cadena Al-Jazeera que
se encuentran encarcelados en Egipto. Tres de ellos, Peter Greste,
Mohamed Fahmy y Baher Mohamed, acaban de cumplir cien días de reclusión.
El cuarto, Abdullah al-Shami, se encuentra recluido desde hace más de
seis meses. Se los acusa de “difundir mentiras que atentan contra la
seguridad del Estado e integrar una organización terrorista”.
Naturalmente, lo único que hacían era cumplir con su trabajo.
Anja Niedringhaus también estaba haciendo su trabajo como fotógrafa
para la agencia de noticias Associated Press (AP) cuando fue asesinada
la semana pasada en Khost, Afganistán. Cubría los preparativos para las
elecciones nacionales en Afganistán y estaba sentada en su auto con la
reportera de AP Kathy Gannon, cuando un agente de policía afgano abrió
fuego, le causó la muerte a Niedringhaus y le provocó heridas a Gannon.
El trabajo de Niedringhaus captó la brutalidad de la guerra y la
esperanza de la humanidad. Comenzó su carrera de adolescente, tomando
fotografías de la caída del Muro de Berlín en su Alemania natal. Después
trabajó para la agencia European Pressphoto Agency, desde donde dio
cobertura a la Guerra de los Balcanes, la repercusión de los ataques del
11 de septiembre de 2001 en la ciudad de Nueva York y más tarde, la
invasión y ocupación de Afganistán. En 2002, empezó a trabajar para AP,
donde realizó coberturas sobre los conflictos en Irak, Afganistán y
Pakistán, así como de importantes eventos deportivos internacionales
como la Copa Mundial de Fútbol y Wimbledon. Al recorrer las imágenes que
nos dejó, uno queda impactado por la valentía, el talento y la
habilidad para captar y transmitir un instante de tiempo, cargado con
todo el peso de la historia.
Anja Niedringhaus es una de los muchos periodistas asesinados en el desempeño de un servicio público esencial: el periodismo.
La periodista rusa Anna Politkovskaya escribió en el año 2003: “¿Vale
la pena morir por el periodismo?" Informaba acerca del intento de
asesinato de un colega del periódico independiente Novaya Gazeta.
Politkovskaya redactó:“Si el precio de la verdad es tan alto, tal vez
simplemente deberíamos detenernos y encontrar una profesión con menos
riesgo de pasar por situaciones ‘muy desagradables’. ¿Qué tanto le
importaría a la sociedad, para quien hacemos este trabajo?”
Politkovskaya respondió a su pregunta retórica con hechos. Continuó
informando sobre el poder en Rusia, especialmente hechos en relación con
la presidencia de Vladimir Putin. Fue asesinada tres años después, el 7
de octubre de 2006. Su asesinato tuvo el sello de un asesinato por
encargo, al igual que lo han tenido los asesinatos de otros periodistas
en Rusia.
Ni la muerte ni la prisión deberían ser el castigo por informar. El Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ,
por sus siglas en inglés) elabora estadísticas y organiza campañas para
defender a periodistas amenazados, liberar a quienes se encuentran en
prisión y exigir justicia para los periodistas asesinados. Brinda
asistencia directa a periodistas que enfrentan amenazas inminentes, lo
que incluye asistencia médica y jurídica, así como el traslado a zonas
seguras. Según informa el CPJ, desde 1992 han sido asesinados en el mundo 1.054 periodistas.
Esta semana se conmemora además el aniversario de las violentas
muertes de dos periodistas en Irak, José Couso, del canal de televisión
español Telecinco, y Taras Protsyuk, camarógrafo ucraniano que trabajaba
para Reuters. El 8 de abril de 2003, estaban filmando la invasión de
Estados Unidos a Bagdad desde los balcones del Palestine Hotel, conocido
por ser el lugar en el que se hospedaban los corresponsales de prensa
de todo el mundo. Un tanque de guerra de Estados Unidos disparó contra
el hotel, asesinando a los dos periodistas y causando heridas a otros.
Cuando el presidente español de ese entonces, José Maria Aznar, que
apoyaba la invasión, habló a la prensa española en el Parlamento, los
periodistas bajaron las cámaras, apagaron los micrófonos y le dieron la
espalda en señal de protesta por la muerte de su compañero. Tiempo
después, manifestantes obstruyeron la intersección de calles en la que
se encuentra la embajada estadounidense en Madrid al grito de
“¡Asesinos! ¡Asesinos!” Se sabe quiénes eran los miembros del Ejército
de Estados Unidos que operaban el tanque que mató a Couso y a Protsyuk,
pero Estados Unidos no cooperó con los intentos de procesarlos que se
hicieron en España. Esta semana, como cada año en el aniversario de la
muerte de Couso, su familia y simpatizantes se manifestaron ante la
embajada de Estados Unidos.
En 2011, Anja Niedringhaus escribió en el periódico New York Times:
“No creo que los conflictos hayan cambiado desde los ataques del 11 de
septiembre de 2001 más allá de que se han vuelto más frecuentes y
prolongados, pero la esencia del conflicto es la misma, hay dos partes
que pelean por territorio, poder o ideologías. Y en el medio está la
población que sufre". Los periodistas están allí para dar cuenta de ese
sufrimiento. Disparar al mensajero es un crimen de guerra.
© 2014 Amy Goodman
No hay comentarios:
Publicar un comentario