Por Víctor
Hugo Álvarez
Desde hace
algún tiempo se viene hablando en
Honduras del rescate de la memoria histórica del país, como un paso importante
para conocer la procedencia y llegar a un hoy que nos sirva de fundamento para
la planificación del futuro como nación. Es un
afán lento por buscar las raíces de nuestra identidad como nación.
Pese a esos
esfuerzos, es curioso, pero damos la impresión de padecer de amnesia o evitamos
a toda costa las reminiscencias y deseamos agotar la existencia en el hoy, sin
pensar un poco en el mañana.
Esto lo
hemos observado en distintos círculos de amistad, familiares y aún en la propia
academia donde las clases de historia resultan tediosas para los estudiantes,
igual todas aquellas materias que se
relacionen con ella.
La mayoría
de nuestros jóvenes desconocen nuestra historia como nación y me atrevo a decir
que ni siquiera conocen la trayectoria de su propia familia. Hay una sensación
extraña cuando uno le pregunta a un joven ¿qué tal te fue en los exámenes? Y la
respuesta es “más o menos” o cuando viene la
interrogante y qué vas a hacer mañana: “no sé”. Concrete
usted acuerdos con los muchachos o con las muchachas y cuando pregunte por qué no los cumplieron
oirá: “se me olvidó, no pude, no depende de mí, ¿porque sólo saben reclamar?”.
Son frases claves que revelan cómo se calcula a jugar al olvido, para ocultar
la indiferencia u otras intenciones encubiertas.
Vivimos en
medio de una generación desmemoriada, que evita
asumir acciones que los comprometan y les exijan cumplimientos. Aparentemente
hay temor ante todo, para tomar incluso las responsabilidades inherentes al
crecimiento personal.
Con una
generación así, el futuro del país será siempre incierto y ello abre espacios
para que la irresponsabilidad siga campeando en Honduras y quienes dirigen el
país y aspiran a hacerlo, cometan atropellos que son cubiertos por la
indiferencia de las mayorías en este caso los jóvenes que son el segmento dominante
en nuestra población.
Hace pocas
semanas, vimos el espectáculo que se montó en el Congreso Nacional para elegir
al nuevo Fiscal General y el Adjunto. Incluso minutos antes de conocer a los elegidos, no faltaron entre los
electores expresiones como el “no se todavía cómo van a quedar las cosas”,
aunque sí se sabía y fue notorio el
temor porque se eligieran ambos funcionarios tres meses después de asumir el
nuevo gobierno que surja de las elecciones de noviembre próximo.
Tras las
candilejas y los entretelones del show, las maquinaciones ya estaban armadas y
en un saz se eligió a ambos funcionarios. Nuevamente campeó la amnesia computarizada
pues el ahora fiscal general antes fue juez de la Corte Constitucional y fue el
único de ese tribunal que no falló en contra de las ciudades modelos y de otras
legislaciones que se sometieron al debate de ese Tribunal por considerarlas inconstitucionales.
Los demás
magistrados sí cometieron la desobediencia de votar en contra de esas leyes sometidas
a su consideración y en la madrugada del 12 de diciembre de 2012, fueron
suspendidos de un plumazo de sus cargos acusándolos de tantas cosas como fue
posible. Todo esto amparado en la
mayoría calificada en el Congreso.
Los
argumentos para semejante desaguisado fueron y vinieron, muchos quizás por la
amnesia de la cual hablamos no lo recuerdan, pero de aquella violación a la
Constitución apenas quedó un leve recuerdo, casi imperceptible para la
ciudadanía y para los comodines diputadiles. Nuevamente surgió esa sensación de
estar en cuerda floja, sin memoria, sin identidad. Pero fríamente calculada.
Nadie
mencionó esos sucesos la noche en que se eligió al nuevo Fiscal, pues la
entretención estaba en cuántos diputados liberales acatarían el pedido del
candidato de su partido para oponerse a la elección o cuánto dinero se manejaba
para comprar conciencias.
Hubo de
todo hasta crear un clima de incertidumbre que se fue despejando en la
madrugada, hasta quedar claro lo que aparentemente estaba en la penumbra.
En ese
vaivén de circunstancias entró nuevamente el juego del olvido calculado, y aún
ahora, seguimos retozando con tiempos
fatales en los cuales los electos han
anunciado acciones concretas para mejor
el actuar de la Fiscalía y al menos iniciar investigaciones reales sobre
crímenes emblemáticos en el país.
La pregunta
es: ¿Hay de veras una intención concreta para mejorar la labor de la Fiscalía
como defensora de los intereses del pueblo hondureño y pilar fundamental en la
recta aplicación de la justicia en el país?
La respuesta
está como en “veremos”; “más o menos”, “tal vez intenten” o sencillamente “no
sé” o “no les nace”, pero “a lo mejor,
lo procuraré”.
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