Amy Goodman
La semana pasada, en el lejano Océano Ártico, el buque de Greenpeace
Arctic Sunrise navegó hacia una plataforma petrolera rusa para realizar
una protesta pacífica. Varios manifestantes intentaron subir a la
plataforma para llamar la atención acerca de lo que podría constituir un
peligroso precedente: la plataforma de la empresa de gas rusa Gazprom
será la primera en producir petróleo en las delicadas aguas heladas del
Ártico. El Gobierno ruso respondió rápidamente mediante el uso de la
fuerza, al enviar soldados de las fuerzas especiales al lugar, que
llevaban pasamontañas y portaban armas automáticas. Los soldados
amenazaron a los activistas pacíficos de Greenpeace, destruyeron sus
botes inflables, arrestaron a treinta de ellos y remolcaron el buque de
Greenpeace hacia el puerto de Murmansk, en el norte de Rusia. Según la
información más reciente, los activistas podrían afrontar acusaciones de
piratería.
El Director Ejecutivo de Greenpeace Internacional, Kumi Naidoo,
participó en una acción similar el año pasado junto a otros activistas,
aunque en esa oportunidad no fueron arrestados. Naidoo habló acerca de
la acción de este año: “Uno de los activistas del grupo, Denis Sinyakov,
un compañero ruso que es fotógrafo a bordo del buque, dijo: ‘La
actividad delictiva de la que me acusan se llama periodismo y continuaré
realizándola’. Sus palabras captan muy bien lo sucedido. Se trata de un
uso desproporcionado de la autoridad del Estado para intentar silenciar
las importantes conversaciones que necesitamos tener a nivel global. En
este momento estamos llegando a un punto de inflexión a nivel
climático. El Ártico sirve como refrigerador y aire acondicionado del
planeta y, en lugar de ver lo que sucede en el mar Ártico en los meses
de verano como una señal de advertencia, de que tenemos que tomar
medidas serias para combatir el cambio climático, lamentablemente las
empresas petroleras de Occidente como Exxon, Shell y otras se están
asociando con el Estado ruso para intentar extraer hasta las últimas
gotas de petróleo en el medio ambiente más frágil, remoto y riesgoso
para realizar esas actividades”.
La protesta llama la atención por su gran audacia. Sin embargo, no es
la única protesta reciente contra la extracción y el consumo de
combustibles fósiles. En todo el mundo, cada vez hay más personas que se
manifiestan para exigir que se tomen medidas para combatir el
calentamiento global. En América del Norte, hay una coalición cada vez
más grande de grupos que se unieron para detener el proyecto de
construcción del oleoducto Keystone XL y la explotación de arenas
bituminosas de Alberta, Canadá, que el oleoducto planea transportar.
El 21 de septiembre pasado, el último día de verano del Hemisferio
Norte, miles de personas se manifestaron en todo el continente en contra
del oleoducto Keystone XL. En Nebraska, activistas construyeron una
granja ecológica que funciona íntegramente a energía solar, precisamente
en un lugar por donde está planeado que pase el oleoducto. Los
habitantes locales temen que el oleoducto derrame petróleo en el frágil
ecosistema de médanos de la región y contamine el importante Acuífero
Ogallala. Ese mismo día se realizó la Cumbre Internacional de Mujeres
sobre la Tierra y el Clima en Suffern, Nueva York, un encuentro de
mujeres de todo el mundo. Todas ellas son reconocidas por haber luchado
de diferente forma para reclamar que se tomen medidas urgentes para
combatir el cambio climático. Una de las participantes, Melina
Laboucan-Massimo, de la nación indígena Cree, del norte de Alberta,
describió el efecto de la extracción de arenas bituminosas en su
comunidad y su territorio:
“Nada se compara con la destrucción que está ocurriendo aquí. Si
existiera un premio mundial para el desarrollo no sustentable, las
arenas bituminosas serían un claro ganador. Cubren 141.000 kilómetros
cuadrados, que equivalen a destruir Inglaterra y Gales juntos, o el
estado de Florida entero. Las minas que nos rodean son más grandes que
ciudades enteras. En este momento hay seis o siete y podría haber hasta
nueve. Imperial Oil, por ejemplo, será más grande que Washington D.C.
Hay muchos problemas de toxicidad con los que tenemos que lidiar y que
están relacionados con el agua y con las grandes balsas de aguas
residuales. Las llaman balsas, pero en realidad son grandes lagos de
lodo tóxico. Actualmente hay una extensión de 180 kilómetros cuadrados
de lodo tóxico en nuestro paisaje. Cada día, un millón de litros de
estas aguas residuales se filtran a la Cuenca de Athabasca, que es de
donde se extrae el agua que beben nuestras familias. Soy de la Región
Peace, que está conectada con la cuenca del Athabasca, que se conecta
con la cuenca del Ártico, y de esta manera es que las poblaciones del
norte se contaminan con las toxinas, que contienen cianuro, mercurio,
plomo, hidrocarburo aromático policíclico, de modo que debemos afrontar
muchos problemas de salud.”
El oleoducto Keystone XL necesita la aprobación del Gobierno de
Estados Unidos, debido a que atravesará territorio estadounidense, desde
la frontera norte con Canadá hasta la costa del Golfo de México. El
proceso de aprobación se ha postergado debido a las fuertes protestas.
Después de que más de 1.250 personas fueran arrestadas frente a la Casa
Blanca en 2011, en lo que fue el mayor acto de desobediencia civil en
Estados Unidos en 30 años, el Presidente Barack Obama anunció que
postergaría la decisión. Desde entonces, la organización ambientalista
Amigos de la Tierra Estados Unidos (AT) viene denunciando que existe un
conflicto de intereses con el grupo que fue contratado por el
Departamento de Estado de Estados Unidos para realizar el estudio de
impacto ambiental de Keystone XL. Amigos de la Tierra descubrió que el
grupo Environmental Resources Management (ERM),
una empresa consultora con sede en Londres, ocultó sus vínculos
comerciales con TransCanada, la empresa de combustibles fósiles que
estará a cargo del proyecto Keystone XL. Del mismo modo, el observatorio
Oil Change International acaba de informar que “Michael Froman, el
representante comercial de Estados Unidos que está a cargo de negociar
una serie de tratados de ‘libre comercio’ secretos, aparentemente apoya
el lobby de las grandes empresas petroleras, al exigir a Europa que
suavice sus leyes sobre clima”. Steve Kretzmann, de Oil Change, explicó:
“A menos que Europa suavice sus leyes, la exportación de diésel de
Estados Unidos, que contendrá arenas bituminosas, será menos
competitiva”.
La activista por el medio ambiente Tzeporah Berman también participó
en la cumbre de mujeres. Allí habló acerca de cómo el Gobierno
canadiense del Primer Ministro conservador Stephen Harper ha silenciado a
científicos en un intento desesperado de acallar las críticas a
Keystone XL. Berman me dijo: “En primer lugar, el Gobierno canceló la
mayor parte de la investigación científica del país que tenía que ver
con el cambio climático. Se trata de un gobierno que niega el cambio
climático y no quiere hablar del cambio climático. El año pasado
clausuraron la Estación de Investigación Atmosférica, que era uno de los
lugares más importantes del mundo para obtener datos sobre el clima.
Cerraron la Mesa Redonda Nacional sobre Medio Ambiente y Economía. Han
despedido a científicos y, a los que quedan, les dicen que no pueden
hacer públicas sus investigaciones, a pesar de que son financiadas con
dinero de los contribuyentes. También se les dice que no pueden hablar a
la prensa a menos que haya un responsable y se trate de una entrevista
aprobada previamente. Deben tener un responsable de la Oficina del
Primer Ministro. De modo que los científicos con los que he hablado se
sienten avergonzados, frustrados, están protestando. La semana pasada en
Canadá cientos de científicos salieron a las calles con su bata de
laboratorio para protestar contra el Gobierno porque no pueden hablar.
Los están amordazando a un punto tal que la destacada revista científica
Nature publicó el año pasado un editorial en el que afirmaba que es
hora de que Canadá deje a sus científicos en paz”.
Las muertes provocadas por desastres climáticos son cada vez más:
desde la devastadora inundación que destruyó ciudades enteras en
Colorado, hasta el norte de la India, donde las inundaciones y los
deslizamientos de tierra provocados por una tormenta en junio de este
año dejaron un saldo de 5.700 muertos. La esperanza está puesta en el
cada vez mayor movimiento mundial por la justicia climática, que exige a
los gobiernos que tomen medidas reales para detener el cambio climático
antes de que sea demasiado tarde.
Denis Moynihan colaboró en la producción periodística de esta columna.
© 2013 Amy Goodman
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